Nuestro compañero Félix Vera asistió a un magnífico festival en Sydney, donde pudo disfrutar de magníficos grupos de rock y metal: Mushroomhead, Alter Bridge, Testament, Gwar o Down entre otros muchos.
Lo primero que habría que aclarar es que el Soundwave no es un festival metálico, aunque un servidor estuvo mayormente en los escenarios más ruidosos. Soundwave es un festival de rock, de guitarras con distorsión, de pelos de cualquier manera excepto con la raya al lado. Para muestras, algunos de los grupos del cartel de este año: Green Day, Megadeth (aunque se cayó del cartel a última hora), Placebo, Pennywise, Avenged Sevefold, Korn, Living Color….
Para el festival se valló una parte de la ciudad olímpica (Olympic Park) y se construyeron 6 escenarios dobles en diferentes recintos con el fin de que los conciertos en los escenarios dobles pasaran de uno a otro prácticamente al minuto.
Lo primero que me llamó la atención antes de entrar el recinto fue la cantidad variopinta de peinados, ropas, calzado, tatuajes y accesorios. Heavies recalcitrantes con la chupa vaquera con patches de los Judas Priest, góticos de negro maquillaje, punks modernos (para entendernos, a lo Green Day, no a lo Exploited), seguidores con la camiseta de su grupo, y hasta alguno en pantalones cortos y chancletas (que esto es Australia, y aquí las chancletas son sagradas).
Nada más entrar, tras la obligatoria vuelta de reconocimiento me dirigí al set de escenarios más metálicos. En él, Mushroomhead estaba haciendo lo que hay que hacer si tienes que tocar a las doce del mediodía y te toca competir en atención con el almuerzo (esto es Australia, recuerden): salir a matar y dar caña sin parar.
Una atractiva puesta en escena te puede hacer olvidar tu hot dog.
Una vez los de Cleveland terminaron, me dirigí al pabellón principal, el estadio olímpico, por varias razones. Para olisquear alguno de los grupos más “comerciales”, porque tenía hambre y la zona de comida estaba justo al lado del pabellón y porque, ¡qué demonios!, hacía mucho calor y uno necesita una sombra de vez en cuando, sobre todo si va de negro de la cabeza a los pies.
Al llegar al estadio estaba tocando Biffy Clyro. La verdad es que después del choque sonoro de Mushroomhead, uno se queda un poco frío. Cierto es que el grupo estaba entregado y emanaba energía física, pero quizás la diferencia estilística se me hizo infranqueable.
¿Nieve? ¡Más me hubiera gustado a mí!
Así que mientras el sudor caía por mi cara y por la del pelirrojo bajista de los Clyro, me fui a dar un garbeo por los puestos de comida. A las afueras del estadio me esperaban varios puestos de comida típica australiana, es decir: china, brasileña, turca, americana, sudeste asiático y bueno, británica (si a un plato de patatas fritas y calamares fritos con sal y pimienta se le puede dar la categoría de plato). Finalmente me volví a los cómodos asientos del tendido sombra con una estupenda gozleme turca (una especie de crepe rellena de carne picada y verdura).
Mientras llenaba el saque entraron en escena Alter Bridge, la banda de Myles Kennedy (la voz del proyecto en solitario de Slash). La verdad, una buena elección para el mediodía. Rockero pero sin pasarse, con majestuosidad pero sin engreimiento.
Empiezo a ver borroso ¡necesito comer ya!
Una vez recuperado el nivel energético volví al set de escenarios metálicos, pues tenía mucha curiosidad por ver a Testament. Sí, peino suficientes canas como para acordarme de la época gloriosa en la que la energía emanada por el Trash Metal estaba a la par con mi nivel de testosterona. En aquella época Testament aportaron a la escena un sonido diferente, más pulido que la mayoría de las bandas del género, y sobre todo una voz única. He de admitir que los había perdido la pista, así que estaba ansioso por reencontrarme con Chuck Billy y sus huestes.
Cuando llegué al escenario me empecé a dar cuenta de que la brillante idea de tener dos escenarios uno al lado del otro, para que mientras un grupo toca el siguiente monte su equipo y así hacer una transición de uno a otro sin tiempo de espera, tenía un talón de Aquiles con tendinitis aguda: ¿alguien ha preguntado a los grupos si 30 minutos es suficiente tiempo? En el caso de Testament con el paso de los minutos se iba haciendo evidente que no. Cuando The Black Dahlia Murder terminaron su reglamentaria media hora los roadies de Testament aun corrían frenéticos por el escenario. Visto el percal, los de Dahlia tuvieron luz verde para extenderse y deleitar al personal otro par de temas.
¡Hey Testament, tomaros vuestro tiempo que a nosotros no nos importa!
Después, nos quedamos todos bajo la atenta mirada de no sólo de un sol de justicia sino de la mezcla de medusa y Eolo, portada de su último disco, que nos miraba desde el cartelón de fondo que se había preparado para el concierto de Testament.
Escenario a la altura de la banda. El que tuvo retuvo.
Finalmente, con más de 20 minutos de retraso apareció el grupo ante regocijo de jóvenes y mayores (y he de decir que los mayores éramos unos cuantos más). Como decía más arriba había perdido la pista del grupo hacía ya unos lustros así que cuando apareció en el escenario un heavilón gordo (lo siento, no me valen los eufemismos) y se puso a cantar me quedé de piedra. “¡No me digas que ya no está Chuck Billy!”. Y a los pocos segundos, al reconocer la voz y quizás algo del blanco de sus ojos me quedé de cemento. “¡Coño, pero si es Chuck Billy!”. En realidad poco importaba su orondidad, pues aquel tipo entradísimo en carnes se estaba comiendo el escenario con patatas. Con un micro adosado a un pie de portátil de un metro de longitud se paseaba por el escenario como un rey con su cetro.
Con kilos o sin kilos, sigo siendo el rey.
Si bien he de decir que por la voz de Mr Billy sí que han pasado los años, por la guitarra de Alex Skolnick parece no haber pasado ni un minuto desde que me deslumbró en los tiempos del “Practice what you preach”.
En plena forma, tanto física como digital, supo estar a la altura de Chuck Billy, y aunque sabemos que es un virtuoso del jazz, parecía estar pasando un buen rato descargando zarpazos metálicos a diestro y siniestro.
A estas alturas uno podría imaginarse que la parte central delante del escenario sería un brutal campo de batalla (mosh pit). La verdad es que los australianos, por lo menos por el día, se comportaban bastante bien. Quizás por el enorme antiestético cartel donde ponía “Crowd surfing, moshing and stage diving prohibited”.
Visto lo visto, fue el bueno de Chuck el que decidió poner remedio a la situación y ordenar a sus vasallos dividirse, abrir un canal en medio de la hierba y después lanzarse los unos a por los otros. El resultado… bueno, mejor vean ustedes mismos.
En resumen, un estupendo concierto que nos dejó con un grato sabor de boca.
Después de que Testament empezaran tan tarde y por tanto terminaran bastante después del tiempo asignado, uno se preguntaba qué iba a pasar con el siguiente grupo, que no era ni más ni menos que Newsted, el combo que el ex-bajista de Metallica se ha montado. Pues lo que pasó es que al rato aparecieron en escena… bueno, no sé quién apareció en escena, pero estaba claro que no era la tropa de Jason Newsted. Se trataba de un grupo bastante joven, joviales, con ganas de agradar, pero con un rock bastante domesticado. En un festival en el que hay tantos grupos tocando no hay razón para escuchar algo que no te llega. A los 5 minutos se emigré a ver qué se cocía por otros derroteros.
Bastante mosqueado por la falta de información de los organizadores (¿se había cancelado el concierto? ¿sería en otro escenario? – en realidad se había cancelado apenas un día antes) me dirigí de nuevo al pabellón principal en busca de un poco de sombra y también un poco de relax y me topé con el que probablemente fuera el grupo más indicado para hace un poco de relax a la hora de la siesta: The Living End. Esta banda australiana de punk-rockabilly tienen la suficiente energía como para permitir pasar a un nivel energético más bajo pero sin sacarte del ambiente rockero. Con una formación tradicional de guitarra, contrabajo y batería supieron encandilarse al público no sólo ya con su comercial “White Noise”, sino con ramalazos guitarreros llenos de mala leche engominada.
Sí, un contrabajo, ¡qué pasa!
Mientras me terminaba una cerveza fresquita (y suavecita, pues en este país en los festivales no dejan vender nada que tenga más de 4 grados de alcohol). Decidí ver a Placebo. No niego que el grupo tiene su valía y tuvo su momento de esplendor, y desde luego su sonido guitarrero no estaba fuera de lugar, pero la actitud excesivamente fría de su cantante Brian Molko sencillamente no transmitía buenas vibraciones. Quizás en otro contexto, quizás en el Reino Unido, bajo la usual llovizna y luz tamizada por las nubes, todo esta falta de empatía rematada por la gélida presencia de su teclista Fiona Brice tendría su lugar. Pero en aquel momento y aquellas circunstancias me pareció que el show no tenía sentido.
Variedad de público en el concierto de Placebo.
Visto que la sangre se me enfriaba levanté mis posaderas y me dirigí otra vez hacia… efectivamente, ¡el set de los escenarios metálicos! Y es que si había un grupo que quería ver en directo era Gwar. Para los que no conozcan a Gwar, les diré que son un grupo con una extravagante puesta en escena, super teatrera e histriónica, pero para que nadie se me confunda, son a Rammstein como el calimocho al Marques de Riscal. Es decir, son guarros, delirantes, gore, políticamente incorrectos, y si uno se pone el chip gamberro, tremendamente divertidos.
De su actuación, qué decir. El hecho de que hubiera casi más gente filmando con sus móviles que viéndolo a “ojo descubierto” indica que el show era para no perdérselo.
Sangre, descabezamiento del primer ministro australiano, más sangre, corte de pechos de la reina (¿he dicho ya que son políticamente incorrectos?), estocada y descabello de dinosaurio, sangre para el público, peleas entre los miembros del grupo, músicos en lencería fina, más ración de sangre para el público… pasen y vean.
(Nota: apenas unas semanas después fallecería su cantante Oderus Urungus (Dave” Brockie) lo cual, después de este magnífico concierto, uno de sus últimos, es todo un palo)
Una vez terminado el show decidí de cambiar de aires, así que me dirigí a las catacumbas del festival. A los escenarios que no estaban al aire libre, sino en unos recintos cerrados, en donde al entrar del exterior con las gafas de sol uno decía “¡dios mío, me he quedado ciego!”.
En uno de ellos tuve la ocasión de ver a las nuevas escuelas del metal. Mi primer encontronazo fue con los locales Inheartswake (digo locales porque su natal Byron Bay está sólo a 600 kilómetros en linea recta, lo cual para los australianos es casi como en casa). ¡Hay que ver, estos jóvenes desvergonzados que con un peinado a lo Justin Bieber lo mismo desgranan estrofas melódicas que death metal! A los más veteranos de mis acompañantes esta mezcla de metal, hardcore, vocoders y death metal les sentó bastante mal, pero la verdad es que el público, en su mayoría debajo de los veinte, se lo pasaba bomba y hacían caso omiso del cartel de “no moshing” lanzándose unos contra otros con la dureza de quien se cree indestructible.
Luego sucedió lo suele suceder en un festival de estas características, y es esa fase donde ninguno de los grupos que tocan te terminan de convencer. Primero me acerqué de nuevo a los escenarios metálicos para ver a Trivium, por el cual tenía curiosidad, pero que por alguna razón no terminaron de hacerme click. Nada que objetar a su estilo, pero su sobria puesta en escena quizás me hubiera cogido más predispuesto en los oscuros escenarios cerrados, en vez de a pleno sol a la hora del pacharán.
Una vez finalizados Trivium, me volví a acercar al pabellón olímpico para ver a Alice in Chains. Los recordaba de los tiempos del grunge y me esperaba el sonido guitarrero de aquella década, pero lo que me encontró fue un sonido bastante tamizado, y una puesta en escena próxima al sopor. Su aspecto de millonarios recién salidos de un curso de meditación tampoco me ayudaba a centrarme en su música. Desde luego arrastraron una buena legión de seguidores a los cuales no se les veía disgustados con los de Seattle. A la cuarta canción pudieron conmigo.
Esas gafas de sol pudieron conmigo.
Tras darme un garbeo por unos cuantos escenarios, a estas alturas del artículo no debería ser una sorpresa para nadie el que me dirigiera el escenario metálico, donde una de las bombas del día estaba por caer. Desde el profundo New Orleans estaban a punto de hacer acto de presencia Down, y su carismático frontman Phil Anselmo. Por suerte, los años han tratado mejor a Anselmo que a Chuck Billy, y aparte de de una profunda alopecia, la voz de que arrasó el mundo del metal a principio de los 90 con Pantera sigue en asumible buena forma, teniendo en cuenta toda la experiencia vital que ha vivido Anselmo en los ultimos 20 años. Pero hay cantantes que son algo más que una voz, son bestias escénicas. Anselmo cantó, sí, pero sobre todo supo transmitir la energía de que cada golpe de batería, de cada riff de guitarra. Es poderoso, pero también es cafre. Es rey y es bufón. Es de ese tipo de personajes que no sabes si te va a estrangular o llevarte de borrachera a burdeles de baja estopa. Por si su energía en la ejecución de los temas no fuera suficiente, entre canción y canción habló cuanto le vino en gana, y si no te gustan los cantantes que hablan entre temas, pues, como él mismo dijo: “si no te gusta te jodes, que para eso tengo yo el micro”. La presencia de Phil Anselmo nos hace olvidar que Down no están a la altura de Pantera, y aún así, aunque el concierto hubiera durado tres horas se nos hubiera hecho corto de todas formas.
Phil Anselmo, algo más que una voz
Por si no me he explicado bien, una imagen vale más que mil palabras. Atención al veterano para el que su siesta es sagrada y al porrazo que se da con el micro Mr Anselmo al final del video por hacer el cafre.
Después del trallazo metálico de Anselmo y compañía uno necesitaba estirar un poco las piernas. He de admitir que es una pena que no le dediqué mas tiempo a Gojira, banda francesa a la cual no me hubiera importado echarle un ojo, pero en fin, otro vez será.
La noche estaba ya casi cayendo, lo cual significaba que los postres musicales estaban comenzando. En este país los festivales (de heavy, de cumbia, o de lo que sea) acaban a las 10 de la noche, para que los chicos buenos vayan a casa a descansar. O quizás porque el transporte público es tan deficiente que volver a casa a las 4 de la mañana sería una verdadera pesadilla.
Con tantos escenarios uno tenía que hacer decisiones y me decidí por el espectáculo y me fui a ver a Rob Zombie. Comparado con el escenario metálico el suyo era un escenario gigantesco, en el cual Rob se movía de aquí para allá entre la atenta mirada no ya de sus seguidores (¡que eran muchos!) sino de los grandes monstruos del Hollywood clásico (King Kong, El Hombre Lobo, Frankenstein…) que adornaban (es un decir) el escenario. Bueno, se movía tanto que, al estar acompañado solamente de guitarra y bajo, en la distancia a veces se me hacía difícil adivinar dónde estaba. Por cierto, se quejaba el bueno de Rob que después de haberse traído todo el equipo de luces le habían programado antes de que se hiciera de noche. Comprendo su queja. Su show se basa mucho en la teatralidad y no es lo mismo estar delante de Frankenstein a medianoche a la luz de la pálida luna que a las 7 de la tarde de un día de verano. Sin llegarme a arrebatar, gracias a las habilidades de Mr Zombie, el concierto se me hizo bastante ameno.
En mi última visita al escenario metálico me encontré con Devildriver, con su groove metal efectivo y a una peña que por fin hacía caso omiso y se dedicaba con pasión al moshing.
A Ill Niño le concedí 15 minutos antes de irme a ver a Avenged Sevenfold y la verdad es que me dejó bastante indiferente. No los tenía oídos, pero por lo que había leído hubiera esperado más influencia latina en su sonido.
Avenge Sevenfold tocaron en el mismo escenario que Rob Zombie y se trajeron el decorado más vistoso del festival. Teniendo en cuenta que tenían media hora para montarlo, les quedó de lujo. Puertas, columnas, pirotecnia… no se puede pedir más. Los aledaños estaban abarrotados, denotando la expectación que la banda levanta. El concierto empezó con fuego y la gente disfrutó de lo lindo con los temas que los la banda fue desgranando. Sin embargo un servidor tomó una de esas decisiones que te pueden marcar la noche. Decidí irme a los escenarios más pequeños a ver a uno de los grupos más incomprendidos del metal: Living Colour.
Como montar un escenario guapo en 30 minutos
Recuerdo el video de Glamour Boys en su época y tambien recuerdo no saber muy bien qué hacer con ellos. Eran muy funkies y poco metálicos para mi gusto de entonces, pero por alguna razón me ponía su video una y otra vez. Así que era bastante emocionante ver a los mismos componentes unos 25 años después juntos en un escenario. ¿Son Living Colour más funk que rock? Al menos en directo, la respuesta es que Vernon Reid es cañero como él solo y aunque parece salido de El Principe de Bel Air tiene una caña con la guitarra impresionante. Si bien es cierto que Reid parecía ir bastante a su bola, no es menos cierto que el resto de los componentes de la banda disfrutaron mucho tocando juntos, lo cual no es muy común en bandas que llevan junto tantísimo tiempo (por mucho que se dieran un descanso en los 90).
Corey Glover luciendo el jersey menos rockero del mundo.
Empezaron suavecitos, con un blues energético con el cual (por los gestos que les lanzaban a los técnicos de sonido) aprovecharon para ajustar los volúmenes de los monitores y luego ya siguieron con mucha caña, mucho funk, y para rematar una excelsa versión del Get Up de James Brown en el cual Corey Glover se bajó al foso y se puso a bailotear con el personal.
Un broche de oro para un festival en el que los organizadores mezclaron churras con merinas con acierto, así cada cual pudo tirar para donde más le vino en gana, hacia el churrismo, el merismo o como uno es más bien una cabra loca, sencillamente al monte.
Este artículo fue publicado originalmente en La Factoría del Ritmo Número 25 (sección: Reportajes).
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