Concierto en La Fundación Esteban Lisa en Buenos Aires (Argentina), celebrado el 11 de Septiembre del año 2005. Una actuación donde el pop se impregnó de jazz y bossanova con indudable buen gusto.
El grupo de María Ezquiaga (también guitarrista de Rosario Blefari) presentó canciones de “Rosal” y “Educación sentimental” en una serie de shows íntimos.
Los domingos suelen ser aburridos. Causalmente, el destino de la tarde nos proveía de una inquietante performance a cargo de Rosal, en el marco de una serie de conciertos íntimos en este reducto (especie de galería de arte, en el cual se dictan talleres de plástica).
La calidez apretaba los cuerpos. Sentados, incómodos algunos, y acalambrados otros, donde los murmullos esta vez no recordaban los típicos gritos de eventos masivos, por su contexto climático.
Así como la propia rosa, María Ezquiaga (voz y guitarra) usa el mecanismo de defensa (las espinas) para resguardarse: “Sensualidad, es lo que yo quiero. Sensualidad no es hablar” nos susurra en “Educación sentimental”, un seudo-manual de aprendizaje del amor, canción que nos remite a Erica García. Tanto ella como María, desvelan su costado más femenino. Orgullosas de su belleza en todo sentido, atrevidas y desafiantes. En la superficie (el escenario) se contornea sigilosa. Apenas con timidez, suave y con voz baja esboza sus agradecimientos a los presentes. En “Agua” destella más satisfacción, barrena sin miedo de ahogarse.
Los ringtones están de moda. Irrumpe en la escena el sonido de “Don” de los Miranda!. Carcajadas que se expanden y la vista se inclina hacia la “culpable” de dicha risa.
Resabios de jazz, bossa, el brillo de las guitarras acústicas y criollas, la voz intimista y provocadora más las refinadas melodías pop, hacen de Rosal una propuesta diferente, para encontrar el regocijo al término de cada canción. El ambiente distendido conjuga a la par de la banda y sus temas. Después de los aplausos, el silencio es el dueño de la velada a lo largo de hora y media de concierto. Y qué tal un… “Aguante Rosal”?. La euforia queda reducida ante la atención y la puesta de los cinco sentidos al máximo, donde ya las defensas están bajas. Las espinas surten efecto y sangramos, por acariciar la flor.
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