Llevábamos más de cuatro años sin llevarnos nada a la boca de estos chavales sevillanos, unos raras avis entre tanto focklore y pachangueo típicos de su tierra, el sur de la península.
Pero he aquí que han parido los hispalenses un trabajo ecléctico (muy guiri, dicen ellos), difícil de encasillar, que solo sabemos que no es ni trap ni reggaeton y que mezcla una cantidad de sabores hasta ahora no vistos en la historia de la banda.
Cual equipo de futbol, once son los temas que lo componen, ni uno más ni uno menos. Y once son los temas que tenemos que escuchar para comprender en su conjunto el producto que tenemos entre manos. Grabado en el verano de 2018 en los estudios de Haritz Harreguy en Usurbil (Gipuzkoak), por donde también han pasado SA, Barricada o Berri Txarrak, los sevillanos escogieron tal enclave para huir de los calores de su tierra en el estío, desembarcando con un producto a medio cocción. Pero lo gestado ya junto a Haritz es justo lo contrario, un producto en llamas, con aroma a Rock&Roll y con la fuerza de un grupo con ya 14 años y 4 discos a sus espaldas.
Se abre el telón con dos temas de amor, pero visto desde dos puntos de vista nada comunes. En “Mi último cartucho” y en “Sácame de aquí” encontramos tanto la historia de una relación a punto de romperse (donde hasta el último esfuerzo hay que intentarlo), como el hecho de que a veces, el mayor gesto de amor que se puede hacer por una persona que amas es dejarla marchar.
Continua la travesía con dos temas como “Rumbo de Colisión” y “Ya debió cambiar”, dedicados tanto a esa trayectoria hacia la autodestrucción que lleva el mundo actual, como a un tema ya tratado por numerosas bandas, pero que de momento no había tenido hueco en la banda sevillana como son los toros. Valientes son los chicos por mostrar su opinión sobre un asunto tabú para venir de donde ellos vienen.
Acabaríamos lo que sería la primera cara del disco (si es en formato vinilo) tanto con “Días grises” (un grito de dolor en forma de medio tiempo que pone de manifiesto la situación de desesperanza de alguien que se siente perdido y ve que la vida pasa sin ninguna ilusión), como con “Estamos muertos”, una canción con un toque country muy apetecible, que acaba en fade out (típico final de la cara de un vinilo).
Si le damos la vuelta al disco, empieza lo que sería la segunda cara con un tema que huele a rock y gasolina, a caballos y goma quemada. “Volviendo a casa” es un tema como el Yin y el Yang. Representa esa relación amor-odio que siempre han sentido los chicos hacia su tierra. Una tierra estereotipada por unas costumbres clasistas, que te hacen despreciarlas pero que también con un sentimiento y una nostalgia que les hace echarla de menos en cuanto cruzan Despeñaperros. Le sigue “Los ojos del huracán”, que representa esa eterna batalla por conquistar esa chica difícil, que no está a tu alcance.
Da este tema pasamos a uno de los más duros del disco, una canción dedicada a todos esos que arriesgan los más preciado que tienen, es decir, su propia vida, por huir del infierno que representan su pueblo, su gente, su tierra. Gran tema el de “Lágrimas de un paria”, que comienza con una intro grabada con las voces de estos mismos refugiados.
Después de tanta tragedia, llega unos de los singles del disco “Como si no hubiera nada más”, un tema vitalista que arroja algo de luz sobre lo recientemente escuchado. Y como colofón “Atrapado en tu mundo”, tema que representa ese universo paralelo en el que vive alguien abstraído por una pasión o amor.
En fin, que son once temas alejados del rock reivindicativo del disco que lo precedió, con una componente musical más variopinta que los anteriores, donde podemos escuchar sonidos reggaes, hendrixianos o sesenteros y donde el peso de la distorsión ha recaído sobre el bajo, dejando más limpio el sonido de las guitarras. Esperemos que se convierta en el despegar definitivo de la banda andaluza.
Este artículo fue publicado originalmente en La Factoría del Ritmo Número 26 (sección: ).