No estamos demasiado acostumbrados en La Factoría a incluir textos relacionados con el Jazz, a pesar del tiempo que algunos de nosotros llevamos enganchados a esta forma expresiva, así que me he decidido a ir incluyendo algunos comentarios de discos más o menos encuadrables dentro del espectro jazzístico (si es que esto quiere decir algo) para, dentro de mis limitaciones, aportar un poco más de color a nuestra revista.
En las notas interiores de “Momentum Space” (Verve, 1999), Dewey Redman comentaba que, en su opinión, no existen las “improvisaciones totales”: en toda forma de improvisación, por muy libre que sea, siempre subyace una estructura definida de forma inconsciente o parcialmente inconsciente por el intérprete. Pues bien, es este tipo de improvisación cuya existencia niega Redman la que se aborda en “Amaryllis”. Reunidos por iniciativa de Manfred Eicher y guiados por un espíritu exploratorio absoluto (la mayor parte de las piezas del disco son improvisaciones desarrolladas en tiempo real de grabación), Crispell, Peacock y Motian entregan una de las obras fundamentales del catálogo ECM y de la música libre de los últimos cinco años (otra sería el citado “Momentum Space” de Cecil Taylor, Dewey Redman y Elvin Jones, grabado, curiosamente, en los mismos estudios en los que se registró “Amaryllis”, los Avatar de Nueva York). Tanto a nivel individual como colectivo las ejecuciones del trío bordean la perfección, logrando el grado de interacción y comprensión mutua necesario para convertir el proyecto en un éxito de principio a fin. Quizás sea Motian el menos inspirado, lo cual ya da una medida del nivel de las interpretaciones: soberbio en su uso de los platos como puntuación, utiliza el espacio con enorme inteligencia, dosificando sus intervenciones y transitando de manera magistral en cualquier dirección que tomen sus compañeros. Es posible que, por la naturaleza del material (todos tempos lentos, muy lentos) y del pianismo de Crispell, sus evoluciones queden demasiado en suspenso, impidiéndonos disfrutar de su particular concepción del ritmismo, que en esta ocasión sacrifica a favor de un enfoque mucho más armónico y tímbrico. Igualmente destacable es la aportación de Gary Peacock, que sólo puede definirse como excepcional. Tremendo contrabajista en el que la técnica siempre está al servicio de las ideas y al que la creatividad nunca parece abandonar, la corpulencia de su sonido encuentra en estos fondos sonoros un campo de pruebas ideal para desplegarse en todo su esplendor. En contraposición con su trabajo para el trío de Keith Jarrett, mucho más formal (al menos rítmicamente), aquí opta por un contrabajo planeador cuyas en principio difusas frases son en realidad el tronco sobre el que se suspende gran parte del trabajo de sus compañeros. Sería difícil pensar en un instrumentista más adecuado para esta sesión.
Para el final he dejado a Marilyn Crispell, que se erige por derecho propio en protagonista indiscutible del disco, no porque se trate de una grabación supeditada a sus habilidades, sino porque su personalidad, inventiva e inteligencia hacen que las intervenciones de sus partenaires queden empequeñecidas ante la magnitud de su talento. Lírica y enormemente expresiva, oscila entre la formalidad y las estructuras más arriesgadas con una naturalidad que a uno le deja, cuando menos, perplejo: su fraseo hace pensar en una suerte de Free Jazz de conjunto vacío más que en la delicadeza y contención de un Bill Evans o un Paul Bley (al que sin duda ha escuchado), adoptando una formulación alejada de los histrionismos del vuelo libre pero igualmente poderosa y desestabilizadora. Lo cierto es que cualquier calificativo parece accesorio frente al conocimiento que de las reglas de su instrumento demuestra, las cuales no duda en ignorar cuando la situación lo requiere y tiene muy presentes en los momentos clave. Esto da lugar a un estilo muy interesante y equilibrado que, en mi opinión, está destinado a influenciar a más de un pianista en los años venideros. Porque Marilyn Crispell, a pesar de contar ya con una dilatada trayectoria a sus espaldas, da tal impresión de frescura y originalidad que no podemos por menos que pensar que aún está por dar lo mejor de sí misma. “Amaryllis” es la prueba de su gran capacidad (sin duda propulsada hacia cotas altísimas gracias a su perfecto ensamblaje con Peacock y Motian), pero también del enorme potencial de su discurso, un pianismo que, dadas sus características, sólo puede verse limitado por barreras autoimpuestas. Para no perdérselo.
Comentario: Jorge X.
(Fecha de la publicación: 21/02/2002)
Be the first to comment