11 de Enero Palacio de Congresos (Madrid)
La portuguesa Dulce Pontes hace diez años que sacó sus menudos pies del fado portugués y desde entonces ha viajado por todo el mundo para tratar de enriquecer este arte popular, para ganar ella misma como músico y por extensión, para hacer disfrutar a sus oyentes de un lenguaje primordialmente universal y particularmente portugués.
Y eso fue lo que nos propuso la joven portuguesa, un viaje que partió desde su Portugal natal y que nos fue llevando hacia diferentes parajes.
Tras abandonar tierras lusas cruzamos el charco hacia Brasil y hacia la tierra ancestral de la mayoría de sus pobladores: África. La sala se lleno de ritmos de color (en eso tuvo que ver mucho su maravilloso percusionista) y cantos de pájaros tropicales.
Poco después, el invitado de lujo de la noche, el bilbaíno Kepa Junkera nos devolvió al País Vasco, siendo el punto álgido de la noche la interpretación de Maitia nun zira a dúo, un mano a mano entre la trikitixa de Kepa, a veces lánguida y de repente repiqueteante , y esa portentosa garganta de Dulce, la cual supo transmitir una tremenda y milenaria hondura al tema.
Después desapareció Kepa (¿por qué tan pronto?) y la cantante siguió su viaje por el espacio y tiempo. De una sopla tacada se acercó al Buenos Aires milonguero y a los cabarets de Viena en una vuelta de tuerca de difícil ejecución con la que demostró su versatilidad.
Desgraciadamente, la última parte del concierto se acercó demasiado a las avenidas americanas y a los megastores rellenos de discos de new age que encandilan a ejecutivos estresados y se venden como churros. Los dos temas finales, que ella cantó e interpretó al piano satisfizo al público deseoso de dejarse empalagar los oídos, incluso un servidor fue seducido inicialmente por este canto de sirena, pero una vez pasado el temporal, uno prefiere el riesgo de toda la primera parte del concierto que los sones que provocan el aplauso del público conformista.
Finalmente, los asistentes pudimos asistir a una de esas muestras de encanto que hacen de Dulce Pontes una fiera escénica. Tras el estupendo bis, en el que de nuevo junto a Junkera hicieron una variación improvisada de, cómo no, Sodade, la cantante y sus acompañantes se despidieron entre tremendas ovaciones. Pero la gente quería más, y su insistencia se vio recompensada con la vuelta al escenario ya encendidas las luces y desfilando el público, no una sino dos veces, ante la alegría de los congregados, terminando su actuación con Lágrimas.
Comentario: Félix Vera.
(Fecha de la publicación: 16/01/2003)
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