Concierto en el Teatro Barceló de Madrid, el 2 de febrero, dentro de su gira "To Be Here Someday Tour 2018", en la que también visitaron Barcelona y Valencia.
La banda escocesa Deacon Blue pasó por Madrid el pasado día 2 de febrero y estuvimos allí para ver qué se cocía y si después de pasar 20 años desde su última visita a nuestro país aún mantenían la buena forma de entonces. Corroboramos, Mr. Deck y yo, que así es y no sólo eso, sino que muchos grupos de su generación deberían aprender de su cercanía con el público, su calidad en directo y su entrega en el escenario.
Con unos minutos de retraso, pasadas las 9 de la noche, comenzaron a sonar en la sala del Teatro Barceló (el antiguo Pachá de Madrid) los primeros acordes, casi acapella, del “Born in a Storm” (tema que abría su espléndido debut “Raintown” en 1987) para empalmar con otro corte de ese primer disco, precisamente el que le da título, “Raintown” ya con toda la banda sonando al completo. Comienzo nostálgico y prueba de fuego para el matrimonio Ross, Ricky (60) y Lorraine (53) que demostraron su complicidad y su experiencia en los escenarios para no defraudar ni a una sola de las almas que allí estaban congregadas. Y “congeladas” hasta ese momento con la bajada en los termómetros que estaba sufriendo Madrid esa noche….
De su primer álbum también sonaron clásicos como “Loaded” (coreada hasta el infinito), “When will you (Make my telephone ring)”, “Chocolate girl” o la eterna “Dignity” que comenzó cantada únicamente por el público hasta bien entrada la canción, lo cual demuestra que cuando un tema es bueno lo recuerdas pasen los años que pasen.
Su segundo trabajo, y el más exitoso a nivel de ventas, “When the world knows your name” (1989) también encendió a todos los presentes gracias a clásicos ya como “Real gone kid”, “Wages day”, “Circus lights” o “Fergus sings the blues”. Echamos de menos “Queen of the New Year”, con el que la sala se hubiera venido abajo literalmente, y el delicioso “Love and regret”, que sí que tocaron en su cita de Valencia, pero es lo que tiene llevar 30 años lanzando buenos temas, que en una hora y cuarenta minutos es imposible reproducirlos todos.
Su “Fedllow hudlums” (1991) nos dejó la bendita belleza de “Your swaying arms” con la voz de una Lorraine McIntosh en perpetuo estado de gracia y embrujándonos a todos como siempre. No concibo un concierto de Deacon Blue sin ella, sin sus saltos, su pandereta, su fragilidad y energía a partes iguales y su delicada voz, contrapunto perfecto al tono ronco de Ricky Ross. “Twist and shout”, del mismo trabajo, fue el broche perfecto a la noche antes de rematarla con una versión del “Forever Young” de Dylan cantada a coro por toda la sala y que puso los pelos de punta al más pintao.
De su álbumes posteriores nos dejarían cremita de la buena como “Your town” (gracias a Dios no la versión pachanguera para discotecas que lanzaron en su momento sino la original del album) y “Bethlehem´s gate” de “Whatever you say, say nothing” (1993). Pasaron por encima del algo flojo “Homesick” (2001) y presentaron por primera vez en nuestro país temas de sus últimos tres trabajos, publicados desde su vuelta en 2012, y que no desmerecieron en absoluto con los de su primera etapa. Sonaron en la sala “The hipsters” y “That´s what we can do” (“The Hipsters”, 1992), “Bethlehem begins” (“A new house”, 2014) y de su último largo de estudio hasta la fecha “The believers”, una bellísima “I will and I won´t” que calló cualquier cuchicheo de la sala mágicamente y “Delivery man” (“Believers”, 2016).
Hubo también recuerdo a ese EP de versiones de Bacharach & David que sacaron en 1990 y del que rescataron “I´ll never fall in love again” que hace tiempo hicieron suya y de la que ya nadie puede separarles ya. Y también hubo sorpresa en los bises finales (hasta tres veces volvieron a salir) con un medley de clásicos del rock y el soul como “Hey! Baby”, “Land of 1000 Dances”, “It’s Alright” y “Minnie The Moocher”.
Uno de los motivos más emotivos del concierto fue cuando una de las fans le entregó a Ricky una pancarta en la que se leía “Graeme Never Forget You” y que desató las lágrimas del vocalista en alusión a Graeme Kelling, guitarrista de la banda hasta su muerte en 2004 a raíz de un cáncer de páncreas. Éste se lo devolvió lanzándole besos durante todo el tema y agradeciéndoselo de corazón.
En resumen, una noche redonda a pesar del gélido ambiente que reinaba fuera del recinto, un acierto en las dimensiones de la sala (nadie se pudo quejar de no ver a sus ídolos de cerca) y una sensación de haber visto a gente muy grande y a la vez muy sencilla.
Lo mejor: El sonido fue inmaculado de principio a fin y tanto la calidad vocal como musical de la banda es innegable a estas alturas. Sólo Ricky en un momento del show pidió permiso para ponerse al piano “porque ya tiene una edad y necesita sentarse de vez en cuando” y que nos recordó a todos que habíamos crecido con su música nada menos que durante tres décadas.
Lo peor: La iluminación en conjunto. Si en algo coincidimos Mr. Deck y yo es que la sala puede ser muy válida para otro tipo de eventos pero en cuestión de luces dejaba bastante que desear. Entre los escasos focos apuntando a Lorraine y que los efectos de humo salían justo de detrás de ella, se nos hacía algo complicado visualizarla en bastantes ocasiones. Y es una lástima.
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Este artículo fue publicado originalmente en La Factoría del Ritmo Número 25 (sección: Reportajes).