De éxito mayúsculo cabe calificar la primera edición del Azkena Rock Festival.
[ Introducción y Primer Día ] [ Segundo Día ]
[ Introducción y Primer Día ]
Fortísima apuesta por parte de sus organizadores que terminó convirtiéndose en algo así como un FIB para rockeros de todo pelaje. Me explico. Donde su hermano (geográfico) Bilbao Action Rock se quedó un poco corto, en la asistencia de personal, fue donde triunfó el Azkena: nada menos que doce mil (¡!) personas pululaban el primer día por la amplia explanada habilitada como recinto de conciertos. Éxito mayúsculo de asistencia, decíamos, que también lo fue en cuanto a organización y resultados musicales. Sólo las colas que se formaron para obtener las entradas compradas a través de internet y ciertas masificaciones enturbiaron ligeramente el acabado final, por otro lado casi impecable: buena planificación, recinto cómodo, abundantes barras y puestos en los que avituallarse de ‘falsa moneda’ con relativa facilidad, y un número más que razonable de servicios. Lástima que la obtención de acreditaciones estuviera tan peliaguda que se hiciera casi imposible razonar con el personal de la organización u obtener un mínimo de cooperación, pues perdimos bastante tiempo intentando solucionar algunas complicaciones que a la larga se demostraron insalvables (gracias desde aquí a Luis de la organización por su ¿ayuda?) y para cuando pudimos acceder al recinto ya había concluido la actuación de La Secta y Los Paniks, a quien este humilde redactor les tenía bastantes ganas.
El siguiente era Jason Ringenberg, que intentó repetir la experiencia del Serie Z sin conseguirlo. Jugaron en su contra lo limitado del set y los problemas técnicos iniciales, solventados en la medida de lo posible gracias al interés de los técnicos, pero el tipo sudó buen rollo y, armónica en mano, se marcó algunas evoluciones sorprendentes por el andamiaje del escenario San Miguel. A los Nashville All Stars, banda de acompañamiento que ha recibido un auténtico baño por parte de los medios especializados, les costó arrancar y anduvieron algo perdidos con el sol de cara, reduciéndose el show a una esquelética versión de lo visto en Jerez, casi idéntico en cuanto a estructura (‘Run Chicken Run’ para empezar y generosas referencias a ‘All Over Creation’ y el temario de los Scorchers) pero, a la larga, mucho menos brillante. Aún así, el ya numeroso público asistente quedó encantado con la simpatía de Jason, y no fueron pocos los que después del concierto acudieron a confraternizar con este atípico farmer boy. Apenas abandonaron las tablas ya comenzaba en el escenario Azkena el pase de Ben Vaughan, iniciándose lo que sería la tónica del festival: apoyados en un enorme montaje de dos escenarios y la coordinación entre estos, los conciertos se sucedían con precisión suiza y sin solaparse, un método extenuante pero muy de agradecer cuando son tantas las bandas y tan grande el retraso que se puede acumular si las cosas no funcionan como deben.
Como bien decían en la Motown: ‘si tienes un buen single, ponlo al principio del disco’. ¿Y qué mejor principio que ‘Seven Days Without Love’? El clasicazo de Ben Vaughan sirvió como pistoletazo de salida a un concierto en el que el amigo Benjamin supo imponer su personalidad y saber hacer a un público un tanto reticente, desconocedor en su gran mayoría de las virtudes que han hecho a este hombre ganar un hueco en el conrazoncito de todo buen fan del rock’n’roll americano que se precie. Líder absoluto, dirigió a su combo en piezas instrumentales y medios tiempos sometidos a las elásticas posibilidades del directo, regalando perlas como ‘Gone For Good’, ‘Talking Heavy’ o ‘My Baby Loves That Big Drum Sound’ y demostrando que, aparte de tener muy buen ojo para escoger a sus compañeros de aventuras (vaya pandilla de freakies tan bien avenida), es un guitarrista con capacidad más que suficiente para dar coherencia a un repertorio en el que pop, rock’n’roll, instrumentales y desviaciones aurales marca de la casa confluyen con extrema naturalidad. Si bien algunos de sus discos de estudio me dejan un tanto frío su directo fue harina de otro costal: cálido y derrochando ese carisma tan especial que le caracteriza, sin ningún tipo de pretensión, supo sobreponerse a ciertos nervios iniciales y cuajar un set en el que se metió a toda la platea en el bolsillo sin que apenas nos diéramos cuenta, tal fue la sensación de autenticidad y sencillez que transmitió. Demostró que le sobraban argumentos para justificar su presencia en el festival y arrancó las primeras ovaciones cerradas de la tarde, confirmando que el número de nuevos conversos a la fe de este Juan Palomo del rock independiente yanqui fue elevado; a los que ya les conocíamos nos devolvió la firme intención de revisitar su extensa y, en algunos casos, muy recomendable discografía, parte de ella publicada en territorio estatal por los siempre atentos chicos de Munster.
The Jayhawks eran todo un misterio para mí, desconocedor absoluto de su carrera, así que las conclusiones que puedo aportar sobre el repertorio son más bien escasas. Eso sí, sonaron de escándalo y demostraron un gran dominio del directo, pero a la larga su mensaje resultó demasiado narcotizante como para conseguir atención plena durante la hora larga que duró su presentación, pródiga en momentos mágicos pero también en víctima de un cierto ensimismamiento que impidió conexión plena entre los ejecutantes y el grupo de neófitos que, como era mi caso, nos habíamos dejado caer por el escenario San Miguel más por inercia que por verdadero interés en lo que Gary Louris & Co. podían ofrecernos. No debieron pensar lo mismo sus numerosos fans, rendidos a unas canciones reminiscentes de todo lo bueno que una vez hubo en The Band (por citar la influencia más obvia) y extasiados ante la impecable factura del set y la clase desplegada por la banda, pero fuentes fidedignas echaron de menos parte de la pasión que les cautivó en su momento, y quizá fue ese punto de contención el que los convirtió en manjar exclusivo para connoisseurs. En resumidas cuentas: muy buen tono general, aunque me temo que sólo los fans convencidos y los adictos impenitentes a la tradición americana lo conservarán en su mente como uno de los momentos culminantes del festival; demasiado asépticos y cansinos para el resto.
Tanto Cramps como Stooges generaron controversia (en mayor medida los segundos) en sus respectivas apariciones, y la pregunta es hasta qué punto se le puede pedir peras al olmo a estas alturas. The Cramps llevan ya tantísimos años en el negocio que es absurdo esperar de ellos algo más que la habitual descarga de freak rock y luces estroboscópicas. Los mejores tiempos de su formación quedan ya muy lejanos y, aparte de verles hacer el cabra, poco se puede esperar a estas alturas de Lux e Ivy, dos diletantes del mundo moderno que dieron lo mejor de sí mismos durante los primeros ochenta y que desde entonces no han hecho sino explotar su culto como la más infame y carismática pareja del rock mundial. Servidor, siendo esta su primera oportunidad de ver a la pareja basura ‘in laif’, se lo pasó pipa por mucho que la velada arrojara un saldo musical más bien pobre, pero coño, lo de los Stooges tampoco fue para tirar cohetes y todo el mundo salió babeando. A mí me pareció más que suficiente ver a Ivy reinando como sólo ella puede hacerlo y a Lux dando muestras de un comportamiento claramente pertubado a sus años, mientras Harry Drumdini parecía un maniquí absolutamente fuera de lugar y Slim Chance se revelaba como un fichaje capital dentro del aparato estético del grupo (mención aparte merece su tatuaje-homenaje a Johnny Cash, eso sí que es pasión por el Man In Black) Disciplina crampiana aplicada sin piedad a micrófonos y monitores, litros de vino chorreando por la boca de Lux, botellas rotas, botas de leopardo a modo de improvisado slide, látex en llamas, continuos revolcones por el suelo… Algunos de los muchos detalles que regalaron antes de atacar un ‘Surfin’ Bird’ criminal, pandemonio eléctrico y ritual de demolición marca de la casa que sigue conservando la cualidad de enervar a las masas.
Los años no perdonan, tampoco The Cramps: sucios, intratables, asociales y eminentemente destroyers (el personal técnico del escenario las pasó moradas intentando impedir que Lux destrozara las pantallas), patearon nuestros culos de forma inmisericorde con una muralla de detrito sónico a la que le faltaron clásicos y le sobraron medianías de su ultimísimo repertorio, cuando hubiera bastado con recurrir a lo que todos esperábamos escuchar. De esas, sólo ‘Domino’, ‘New Kind Of Kick’, ‘Garbage Man’ y ‘TV Set’. Ahora bien, como ocurre con las viejas películas de serie B en la que muchas de sus truculentas historias se inspiraron inicialmente, el aspecto visual termina primando sobre el guión, a veces ciertamente sonrojante, y en ese sentido The Cramps cumplieron con creces: después de aullar animales en celo y aplicarse fulminantes dosis de bondage, se retiraron gradualmente a su infecta cripta mientras Ivy recuperaba sus botas y la catársis colectiva se difuminaba en la niebla nocturna. A toro pasado el encuentro perdió impacto, pero durante el concierto fue, simplemente, la hostia. ¿Bises? ¿Pero para qué quieres bises, tolai?
Para cuando bajamos del mugriento limbo al que Lux y compañía nos hicieron orbitar, Cracker ya llevaban un buen rato desgranando su repertorio al otro lado de la explanada, una distancia que se antojaba demasiado amplia para los machacados huesos de este inoperante cronista y, aunque a priori había interés por ver qué eran capaces de ofrecer el grupo de David Lowery, terminaron pagando las consecuencias de tener reservado el peor lugar en el cartel de la primera jornada, esto es, entre Cramps y Stooges. Había que lamerse las heridas y pillar sitio para la descarga del triunvirato Asheton-Pop-Asheton, así que sacrificamos la cercanía al escenario en favor de unas frías pero útiles macropantallas desde las que les vimos comenzar relajados para aumentar paulatinamente la energía y terminar vaciándose sobre el escenario, mencionando a los Kinks y repasando buena parte de su extensa discografía. Lástima que mi derrotado cuerpo fuera incapaz de salir del trance provocado por el cansancio y las inhalaciones tóxicas, pues no faltaron indicios de que lo suyo fue más que interesante. Pero claro, el momento de la cita suprema se acercaba, y no estaba dispuesto a derrumbarme mientras una muchedumbre enloquecida quería ser tu perro sobre mis costillas.
Les costó salir, y cuando lo hicieron dejaron claro que su victoria estaba fuera de toda discusión. Lo importante no era el concierto en sí mismo, si no entrar en contacto directo con ese ente mítico, legendario en el que la historia y la totalmente justificada devoción de un reducido grupo de freaks han convertido a los Stooges. Verles en directo sobre un escenario los significaba todo, entrar a formar parte de una leyenda que, como la perdida ciudad de R’lyeh, dormía bajo el océano por los siglos de los siglos, ignota, inalcanzable, quimérica, envuelta en el halo de misticismo que rodea a todo lo que fue y nunca jamás volverá a ser. Por eso fue importante para mí, para todos los que allí estuvimos, poder ver a Iggy desgranando mano a mano con Ron y Scott los enormes pedazos de historia que vomitaron sobre el mundo hace ya más de tres décadas, porque el mito, cual impío sabbath, se corporeizó en una fría noche de Septiembre entre los montes del norte y descendió sobre nosotros, carente de su letal aliento pero aún vivo y palpitante. Lejos quedan ya los tiempos en que esta banda fue una bestia temida y respetada a partes iguales, y lógico es, pues, que nada hubiera aquella noche de la vibración autodestructiva, aniquiladora, que un día nos sedujo; lógico también que en el fondo de mi obnubilada conciencia supiera del enorme abismo existente entre la realidad del momento y lo puramente enloquecedor, pero hubiera sido muy estúpido esperar ver al animal alimentado por el delirio del jaco y la más absoluta falta de expectativas cuando The Stooges ya rondan los sesenta y el quid de la cuestión estaba en disfrutar de lo que había sin análisis objetivos y demás monsergas, dejándose en dejarse llevar por la grandeza de ‘Real Cool Time’, ‘Down In The Street’ y un ‘Dirt’ que personalmente me puso los pelos como escarpias. Lo mejor de la noche se lo llevó Mike Watt, sacándole las tripas a su bajo Gibson SG y haciendo gala de una actitud implacable durante todo el show, no así un Ron Asheton cuya morcillona presencia apenas se dejó notar más allá de los sabios riffs que escupía, un Scott Asheton totalmente carente del demoledor impulso con que propulsó a la Sonic’s Rendezvous Band hacia cotas estratosféricas, un Iggy bastante más domesticado de lo que cabría esperar… pero, qué cojones, se merendaron “The Stooges” y “Funhouse” enteritos (omitiendo, como es lógico, ‘We Will Fall’), atreviéndose incluso con una crepitante tormenta free en compañía de Steve McKay, hecho que proporcionó algunos de los momentos de mayor intensidad del concierto y que servidor les agradecerá hasta el final de sus días. Las incursiones en el material cocinado para el nuevo disco de la iguana se saldaron sin mayores consecuencias, y me hicieron plantearme hasta qué punto fue inteligente columpiarse con pitanza tan insustancial, repetir “I Wanna Be Your Dog” para que el show no se les quedara anoréxico en cuanto a minutaje y no dignarse a tocar un jodido acorde del infinito “Raw Power”, probablemente uno de los diez discos definitivos de eso que llaman rock’n’roll. Supongo que con el tiempo conseguiremos la perspectiva suficiente como para valorar el acontecimiento en su justa trascendencia, probablemente mucho menor de la que hemos querido creer; hoy por hoy, y con el corazón de fan aún palpitante, cegando cualquier intento de racionalidad que permita levantar el velo a la cruda e inclemente realidad, mis neuronas conservan grabado a fuego el momento en el que lo imposible ocurrió ante mis ojos y tuve a los jodidos Stooges en mi campo de visión durante una de los eventos músico-festivos con mayor carga emotiva de toda mi vida, que nos moco de pavo. Con eso me quedo y me doy por satisfecho.
Fireballs Of Freedom también estaban en el punto de mira como grupo a no perderse, pero después del orgasmo colectivo experimentado previamente cualquier cosa parecía baladí. Craso error el de los que descartaron el pase del cuarteto calavera de Estrus, pues liberados del yugo de un set cronometrado pudieron explayarse a gusto y catapultar al éter un magma ensordecedor, flamígero, que poco tenía que ver con el caótico trazo de “Total Fucking Blowout” y “Welcome To The Octagon”, descubriéndonos una banda con poderío instrumental desbordante, instintos homicidas y cierta vena Hard piscodélica de la que salieron algunos de los momentos más densos de su set, cargado de explosiones energéticas incontroladas y riffs a la yugular, pero también de expansivos desarrollos y pasajes instrumentales de marcado carácter exploratorio entre lo fulminante y lo soporífero, incapaces estos últimos de ensombrecer el buen feeling general del show. Hicieron honor a su nombre poniendo el festival en llamas, e incluso recuperaron del coma a algunos de los que, como yo, habíamos dado la espalda a cualquier intento de interacción con el medio circundante, para, a renglón seguido, concentrarse en reducir a cenizas calcinadas cualquier signo de vida. Convirtiendo la ingrata posición en cartel a la que se vieron relegados en convulsionante epitafio para la primera jornada, gozaron de un sonido mayúsculo, achicharraron el PA y se sumaron a lo mucho y bueno que ya habíamos catado durante el día en una sinergia abrasadora que me dejó las orejas llenas de llagas, además de la firme intención de repetir cuando vuelvan por estos pagos para poder disfrutarlos al 100% (de mis posibilidades, no de las suyas) Hazte un favor y sígueles la pista, tipo duro.
[ Segundo Día ]
Segundo día: es hora de hacer balance sobre lo acontecido en la jornada previa e intentar sacar alguna conclusión aprovechable. Un desierto bar de carretera a modo de improvisada oficina y un par de horas estrujándome los sesos apenas consiguen abstraerme del profundo malestar que me abotarga, resultando una sesión más bien infructuosa a la que el depauperado servicio de desayunos no aporta ningún momento memorable. Como suele ser habitual en las mañanas post-concierto, el zanganeo se convierte en la principal alternativa ocupacional ante la escasa capacidad motriz de que disponemos, así que la mañana, comida y sobremesa se funden en un continuo de inactividad monocroma, y para cuando llega el momento de reincorporarse a la disciplina conciertil sigo tan cansado como hace cuatro horas, ante lo cual optamos por reunir sustancias cuya ingesta masiva nos permita recuperar parte de las capacidades perdidas mientras seguimos reposando, esta vez en una zona verde anexa al recinto. Aún continuábamos ocupados en tan agradables menesteres cuando una voz atenta da el aviso: “¡que empiezan los Valence!” Recogemos nuestros cachivaches y nos lanzamos al encuentro de los de Carolina del Norte, que ya comenzaban a repartir dosis de aullante sulfuro desde el escenario. ‘Sweat, Sweat, Sweat’, ‘Turn It On Up’ y ya van calentitos, galopando en el riff y esa enorme batidora rítmica que son The Cherry Valence en directo. Dejaron lo del Z a la altura del betún, y como el sonido respetó pudimos verles en su verdadera dimensión, la que nos sindica que lo suyo es aquí y ahora, una realidad candente en combustión continua abocada a concretar su importancia en el rock post-milenio. Que aún no tengan ese repertorio definitivo del que hacen gala, por ejemplo, The Hellacopters puede ser una traba, pero dejaron caer algún detalle que apunta a un tercer disco letal, y ese ‘Take It Easy’ cañón dejó la cuestión más que clara. Todavía se lo pasan pipa en escena, y eso hace que sus conciertos ganen enteros en progresión exponencial; lástima que lo estricto de los horarios interrumpiera su actuación cuando despegaba hacia el cenit, ahora la necesidad de verlos en un club reducido se vuelve más imperiosa que nunca. Para no perdérselos.
El pase de The Jeevas no despertaba demasiado interés así que recuperé la horizontalidad durante un rato, dejando que la tarde avanzara plácidamente. ¿Qué sería de un festival sin estos interludios? La difícil tarea de estar todo el día metido en el fregado se torna un suicidio en eventos de estas características, en los que has de desplazarte de forma incesante entre escenarios después de aguantar chaparrón decibélico durante horas. En estos casos se hace inevitable buscar ciertas treguas, un hueco en el que aislarse del entorno y departir de forma agradable en balsámica compañía hasta la siguiente cita, que en aquellos momentos aparecía ante el respetable para deleite de los abundantes melenudos congregados: Hermano, pétrea formación comandada por el carismático John García, un auténtico tótem para los muchos stoners que pueblan el circuito europeo. Deleite que no decayó a medida que atacaban su repertorio, denso mazacote de guitarras saturadas perpetrado por una banda competente que, lejos de ser una mera comparsa pero sin alejarse demasiado de los parámetros habituales en los que se desenvuelve García, demostró solvencia y repartió cera de la buena, básicamente lo que todos a los que allí había congregado su nombre esperaban/esperábamos. Vamos, que el espíritu de Kyuss estuvo más que presente. El amigo juanito dio claras muestras de sus inclinaciones cannabicas durante ‘Mr. Policeman’, pidiendo porros a voz en grito y logrando su objetivo, para demostrar después que cuando el THC corre por sus venas y el personal se vuelca sabe corresponder dando lo mejor de sí mismo. Recurrieron a Misfits (‘Where Eagles Dare’) y AC/DC (‘TNT’) para rellenar minutos, algo lógico si tenemos en cuenta lo escaso de su legado hasta el momento, empitonaron un ‘The Ugly American’ enfermo y recuperaron el ‘Green Machine’ de Kyuss, logrando histeria colectiva entre las primeras filas, final de concierto apoteósico y reconocimiento unánime. Te guste o no este pollo ya es una leyenda, y mientras siga demostrando sus dotes para destilar las mejores esencias desérticas no le va a faltar apoyo, eso tenlo claro. Tras el concierto se dedicó a departir con el personal, dejando patente su humanidad mientras tostaba su cabeza con más matraca humeante y su grito de guerra, ‘Hey Pachuco’, resonaba en las barras aledañas al escenario Azkena. Pues bien que se merece el cariño de la gente, tú. En estas andábamos cuando coincidimos con algunos conocidos de nuestra intrépida expedición, desembocando el encuentro en agradable charla y obligada sesión fotográfica; tan agradable resultó el cónclave que cuando quisimos darnos cuenta Teenage Funclub ya estaban a punto de concluir su set y, dado que la situación ya era irresoluble, decidimos hacernos con posiciones de primera fila para el siguiente pase.
Comienza a anochecer y se acercan los momentos estelares. El primero de los pesos pesados, un Steve Earle acompañado por The Dukes cuya visita previa había desatado una enorme expectación, consiguió congregar a una marea humana imposible, clavar hora y media de música mayúscula y largarse con la misma ausencia de pretensiones con la que tomó el escenario. Concierto apoyado en sus (enormes) canciones y en una banda sencillamente magistral, capaz de hacerlas crecer con un sentido del tempo desbordante, intenso, osciló entre la tormenta y la calma, comenzando con nervio y bajándonos a la tierra con ese denso ‘Ashes To Ashes’, continuando en sinuosa progresión con las esencias del mejor Neil Young en ‘Taneytown’ y marcándose un ‘Copperhead Road’ a toda máquina con el que se llevó por delante a casi toda la asistencia. Sobrio como él solo pero agradecido por la respuesta del gentío que atendía a sus evoluciones, sólo abandonó su hierática expresión para mostrar genuina satisfacción en los momentos álgidos y lanzarle miradas asesinas a los técnicos cuando las seis cuerdas guitarra se soliviantaban. Afortunadamente por allí andaba Eric Ambel, un guitarrista como la copa de un pino al que no le faltaron recursos ni inventiva para salvar la situación, sin olvidar al consumado aporreador Will Rigby, dotado de una especial sensibilidad y responsable en buena parte de lo mucho bueno que vimos aquella noche. Sensacional en líneas general, el repertorio acusó cierto hermetismo para los no iniciados en las bondades de Earle, situación en la que aquellos cuya capacidad para concentrarse en algo que no sea una aturullante descarga de adrenalina no supera los cinco minutos vieron un inconveniente. Qué quieren que les diga, después de ese único bis, no sólo suyo sino de todo el festival, que fue ‘I Ain’t Ever Satisfied’ nunca el título de una canción resultó menos apropiado: felices y bastante más que satisfechos, todos los allí presentes elevamos nuestra apreciación a The Dukes y Steve Earle, muy agradecido y visiblemente complacido, con una barahúnda de gritos persistentes a la que llevó unos cuantos minutos mitigarse. Pata negra, brothers and sisters.
Previendo un final al borde del infarto junto a Ray Davies y la guinda del pastel que suponían The Dictators, lo de Hellacopters se saldó con una pasadita testimonial por el escenario San Miguel con la que comprobamos lo extremadamente similares que resultaron sus presentaciones en Vitoria y Jerez. Poco que añadir, pues, a lo comentado sobre su paso por el Serie Z: quizás estuvieron un pelín más entregados y punzantes, pero sin salirse demasiado de ese guión que domina sus actuaciones, impidiéndonos e impidiéndoles disfrutar de unos conciertos que por lógica y repertorio deberían ser antológicos pero en la práctica resultan ligeramente estériles. Cayó la habitual selección de clásicos, extraídos en buena parte de ‘By The Grace Of God’ y ‘High Visibility’, hubo guiños para la vieja guardia con la recuperación de ‘You Are Nothin’, ‘(Gotta Get Some Action) Now!’ o un ‘Soulseller’ sencillamente achicharrante (así sí), y cerraron con ‘Search & Destroy’, en el que Texas Terri prestó su cazallosa garganta e iguánicas maneras para deleite del sector canalla de la audiencia. Si dicho momento fue anecdótico o memorable dependerá, y mucho, del interlocutor con quien departas sobre estas cuestiones; servidor se queda con la dosis de inmediatez y diversión gamberra que Texas aportó al discurso de Andersson y compañía, encorsetado en una pulcritud tan espectacular como inerte. A ver si el año sabático les viene bien y recuperan la espontaneidad y las ganas de divertirse en escena, que falta les hace.
Tras deambular un buen rato en busca de rodajas vinílicas me decido por el fenomenal ‘Sudden Deaths’ de Jon Iturbe & The Radio Gangsters (esperemos tenerle pronto en estos vuestros bytes) y el ‘More & Better’ de The Meows, consiguiendo matar dos pájaros de un tiro: mi exiguo presupuesto y la demora con que nos obsequió Ray Davies. Eso sí, la espera se vio ampliamente compensada por un arranque en el que, en solitario y acústica en mano, nos brindó una deliciosa ‘A Well Respected Man’, para proseguir a dúo junto a circunstancial guitarrista con ‘Waterloo Sunset’, ‘Sunny Afternoon’ y ‘Dead End Street’, repóker de ases infalible al que ni siquiera la escasa prestancia de los acompañantes consiguió restar brillo. Muy al contrario que Steve Earle, Ray Davies se presentó con unos músicos de escaso recorrido incapaces de dotar al repertorio de la menor profundidad, dejando todo el peso de la representación a un Davies que conserva buena parte de su carisma pero no el empuje suficiente para mantener él solo la atención de diez mil personas. La selección de joyitas fue impepinable, recalando en ‘Victoria’, ‘20th Century Man’, ‘Where Have All The Good Times Gone’, ‘Tired Of Waiting For You’ y un sentido homenaje a Johnny Cash vía ‘Give My Love To Rose’, clásicos imperecederos entre los que intercalaba, para desesperación de muchos, fragmentos completos de su autobiografía con los que contextualizaba la pieza siguiente. Una buena idea para su Inglaterra natal u otros países con mayor tradición anglófila, pero desafortunada cuando la mayoría de la asistencia está demasiado mamada o corta de inglés como para apreciar el speech, un tanto egótico si usted me lo pregunta y que acabó convirtiéndose en un lastre criminal para la dinámica del concierto. No faltaron ‘All Day And All Of The Night’ ni ‘You Really Got Me’, piezas fundamentales en su repertorio (consideraciones personales aparte) que no sentaron demasiado bien a la intelligentsia del mundillo musical por su espíritu jaranero. ¿Es que con ‘1969’ es de recibo desmelenarse pero ‘You Really Got Me’ (un auténtico himno punk en su origen) resulta demasiado obvia para dejarse llevar? No me sean membrillos, señores, que un poco de sana diversión no le viene mal a nadie, y bien que les vendría a algunos bajar de su altar para mezclarse con el resto de la humanidad, esos que no tenemos que mantener una imagen como luminarias poseedoras de la verdad sobre el rock … aquellos cuyo criterio es irrelevante, vamos. Bien es cierto que se alargó demasiado, pero tampoco fue tan mal la cosa. ¿Cuántas veces tiene usted la oportunidad de escuchar semejante ración de clásicos imperecederos en manos de quien les dio forma? Pues eso, lo mismo que con los Stooges, sólo que en este caso a ustedes no se les hacía gasolina el culo. Pues entiendan que a otros sí, y por lo que a mí respecta, sin negar sus defectos, ole, ole y ole por el tito Ray. Ahora bien, continúo sin saber por qué da tanto la tabarra con una tontería como ‘Lola’ y se deja en el tintero glorias como ‘Lazy Old Sun’, o ‘Death Of A Clown’, o ‘Dandy’, o ‘Situation Vacant’, o…
Bien, ya iba siendo hora de terminar con la vorágine de conciertos y decibelios que habíamos comenzado treinta y cuatro horas antes, una inagotable fuente de buenos momentos, tanto en lo musical como en lo personal, a cuya esperada culminación estábamos a punto de asistir. Y no crean ustedes que estábamos deseosos de que terminara el festival, cosa altamente comprensible de haber sido así dado el volumen de cansancio y toxinas acumulado durante el fin de semana; bien al contrario, el cuerpo nos pedía juerga más que nunca: el tipo de juerga que sólo The Dictators son capaces de conjurar en el escenario. ¡Y vaya si la tuvimos! Anduvieron menos finos que en el Z del año pasado, Ross no se bastó solito para rellenar el hueco que dejó Top Ten y es obvio que lo intempestivo del horario en combinación con los rigores de la edad hicieron pupita en la capacidad de estos encantadores neoyorkinos de pro, pero aún así se pegaron un concierto por el que venderían las pelotas el noventa por ciento de los nuevos salvadores del rock que NME y similares regurgitan todos los meses desde sus portadas. Manitota, sin duda el frontman más peculiar del mundo, sigue conservando la capacidad para meterse en el bolsillo a la audiencia, por muy grande que sea, con sólo aparecer en el escenario, pero que no viven sólo de carisma lo dejan claro en cuanto megatónicas versiones de ‘The Party Starts Now’, ‘Who Will Save Rock’n’Roll?’, ‘Science Gone Too Far’, ‘Faster & Louder’ o ‘Two Tub Man’ atraviesan el éter nocturno para exaltar todavía más a los siete u ocho mil maníacos empeñados en reducirme/reducirnos a fosfatina contra las vallas de protección, presas del delirio, embriagados por la ración de clásicos instantáneos que vomitan los altavoces. Milagrosamente, mis gafas consiguieron sobrevivir al asalto, aunque a esas alturas lo de menos era verles: había que salir con la garganta ardiendo y las pocas energías restantes quemadas, dejarse algo dentro hubiera sido un pecado como lo hubiera sido hacerlo el día antes con Stooges… y de repente, ¡coño, que se van! Si es que no se puede pretender que a estas horas estén como lechugas después de meterse un viaje transoceánico el día anterior, y claro, las consecuencias las pagamos con la única pega para un concierto de los buenos: racanearon duración por un tubo, dejándose una salva de tracas considerable en el tintero y huyendo cual perros sin dignarse a hacer un puñetero bis. Todo se lo perdonamos por que son The Dictators… bueno, y porque este mes están de vuelta con una extensa gira en la que esperamos resarcirnos ampliamente, pues con un período de reflexión adecuado la conclusión de que no fueron las mejores circunstancias para verles cae por su propio peso. Crearon expectación por encontrarnos de nuevo con ellos, y eso no puede ser malo, ¿cierto? Allí estaremos. Lo mismo que en el Azkena Rock Festival 2004: visto lo visto esto tiene visos de continuidad desbordante y trascendencia internacional masiva, tiempo al tiempo. Enhorabuena, señores.
Reportaje: Jorge X
Fotos: Jaime Jimmycat
(Fecha de publicación: 04/12/2003)
Este artículo fue publicado originalmente en La Factoría del Ritmo Número 16 (sección: Reportajes).
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