El día 3 de febrero de 1995 nació La Factoría del Ritmo. La primera web en español dedicada a la información musical. Desde entonces hemos ofrecido reportajes, entrevistas y reseñas sobre artistas y grupos de multitud de estilos musicales. En este artículo repasamos estas dos décadas de música y de cambios estructurales en la industria.
La primera mitad de los 90: la reseca de la efervescencia de los 80.
Musicalmente hablando, la primera mitad de los años 90 en España fue una etapa de aparente relax, frente a la ebullición de los grupos de la denominada “Movida”, las grandes bandas de heavy metal o rock urbano que surgieron a principios de los años 80 o la catarsis combativa del rock radical vasco.
En el mundo del pop y el rock “para todos los públicos”, se había asentado el poderío de las radiofórmulas, con Los 40 Principales a la cabeza, que ofrecía música de consumo, de fácil asimilación y sin gran trasfondo. Muchos grupos de la “Movida”, que no sólo fue madrileña, habían desaparecido y los que continuaban en activo languidecían en creatividad. A principios de esa década dijeron adiós Alaska y Dinarama, Hombre G o Radio Futura (Nacha Pop se disolvió poco antes, en 1988), y continuaban, aunque con un claro declive, bandas como Gabinete Caligari, Los Secretos, La Frontera o Mecano.
Mención a parte merecían “out siders”, como Os Resentidos, Aviador Dro, Esclarecidos o Siniestro Total, que siempre mantuvieron las distancias con el “establishment”, y de los cuales sólo las huestes de Miguel Costas y Julián Hernández lograron vivir una etapa de gran éxito.
En el ámbito de los sonidos duros, los primeros 80 dieron grandes grupos en dos vertientes distintas, aunque conectadas socialmente y por las simpatías de un mismo tipo de público. Por una parte el denominado rock urbano, con Leño a la cabeza, que se convirtió en leyenda. Por otro el heavy metal, donde surgieron otras dos bandas legendarias: Barón Rojo y Obús.
Estas tres bandas lograron un tremendo éxito en la primera mitad de los 80, pero el público les empezó a volver la espalda a mitad de década. Leño ya se había disuelto en 1983 y las otras dos bandas se adentraron en la década de los 90 con un claro descenso creativo y de popularidad.
Otros estilos con cierta conexión con el rock urbano y el metal, como son el rock progresivo o el rock andaluz, habían dado grandes grupos durante la segunda mitad de los 70 y primeros 80, pero sus trayectorias se fueron apagando según avanzaban los 80: Triana, Smash, Bloque, Topo, Asfalto, Máquina, etc.
En cuanto al Rock Radical Vasco, fue el movimiento que representó la forma más potente y genuina de adaptación del ideario punk a la realidad ibérica. Grupos punk interesantes surgieron en otros puntos de la península, pero fue en el País Vasco y Navarra donde nacieron más bandas y consiguieron el favor de público con claridad, con fervientes seguidores dentro y fuera de tierras vascas. Kortatu, La Polla Records, MCD, Cicatriz, BAP!!, RIP, Parabellum, los disidentes Eskorbuto (que iban contra todo), u otra amplia ristra de grupos, dejaron una buena colección de grabaciones que siguen gozando de notable popularidad incluso hoy en día.
Pero el inicio de la década también mostraba una tendencia a la baja de todos esos grupos y muchos dejaron su actividad por diversidad de motivos (maduración personal, falta de proyección o problemas con el abuso de estupefacientes). Sólo Barricada, de estilo más cercano al rock urbano, desarrollaba una carrera en claro crecimiento.
En cuanto a otros estilos (electrónica, reggae, flamenco rock, Hip Hop, etc.), nunca fueron mayoritarios en los 80 y a principios de los 90 continuaban siendo de interés solamente en círculos reducidos de aficionados.
El underground siempre activo.
En esa etapa, los primeros 90, en los que parecía que todo estaba en declive en el panorama musical español y no surgía nada nuevo e interesante, fue donde se gestó la idea de La Factoría del Ritmo.
Lo cierto es que al margen de las listas de éxito y de la música que llega a grandes cantidades de público, siempre existen artistas haciendo música interesante, salida del corazón y que es un reflejo de la realidad de cada momento.
Las personas que dimos los primeros pasos de La Factoría del Ritmo éramos un puñadito de jóvenes que recién habíamos cumplido la veintena, que teníamos cierta conexión con Salamanca (éramos de allí, habíamos estudiado allí, o las dos cosas), y nos gustaba la música que se mantenía fuera del circuito comercial. Algunos tenían sus grupos, otros habíamos escrito en algunos fanzines de difusión muy minoritaria y todos intercambiábamos información musical, y también discos, de estilos bastante diversos: metal, Hip Hop, soul, flamenco, jazz, punk, rock… Cada uno tenía sus preferencias, pero en aquellas conversaciones cruzadas entre unos y otros, los intereses por diversos horizontes musicales se iban ampliando.
La casualidad hizo que fuera yo, quien escribe estas líneas y que firma sus artículos como F-MHop, quien diera el primer paso para crear La Factoría del Ritmo. Corrían el año 1994, me había trasladado a estudiar cuarto de Ingeniería Informática a la Universidad de Oviedo, aunque la escuela estaba en Gijón, ciudad donde fijé mi residencia durante tres años, y allí seguía adelante con mi pasión musical.
En aquel primer año pude utilizar con asiduidad muchos de los servicios de Internet que previamente sólo conocía por los libros y por puntuales prácticas. Principalmente utilicé el correo electrónico y las newsgroups. No sentí especial interés por los chats, ni por los juegos de aventuras, que gozaban de gran éxito entre mis compañeros.
En las newgroups, además de intercambiar información sobre temas informáticos, me convertí en asiduo de ciertos grupos de debate sobre música. Entre ellos había uno en español y en cierto momento alguien se lamentó amargamente sobre porqué motivo ya no surgían grupos originales, con propuesta innovadoras, en España. Respondí enseguida con toda naturalidad, expliqué que habían muchos grupos haciendo casos muy interesantes, pero no gozaban de la atención de los medios. Hablé de Hip Hop, rock combativo, rock indepediente… Creo recordar que cité a grupos como Def Con Dos, Negu Gorriak, Eat Meat, El Club de los Poetas Violentos, Penélope Trip o Australian Blonde.
Una de las personas que leyó ese mensaje, me sugirió que crease una página sobre música española. De inmediato me pareció una buena idea. Apenas acaba de conocer lo que era la web, pues una compañera que estaba de becaria en el aula de informática nos la había enseñado un par de semanas antes a un grupito de compañeros, en el único equipo con monitor en color que había a disposición, bajo petición motivada, de los alumnos.
La web se había presentado al público en abril de 1993. Había dos navegadores: uno llamado Lynx, que era únicamente en modo texto, y otro llamado Mosaic (predecesor remoto de Mozilla Firefox), que ya permitía mostrar imágenes y textos con cierta maquetación. Nuestra compañera nos explicó lo que era la web y nos enseñó algunas páginas, entre ellas, la recuerdo claramente, la del Museo del Louvre.
Todo aquello sucedía entorno al mes de mayo de 1994, con los exámenes finales muy próximos, por lo que tomé nota de la idea y decidí que la desarrollaría en verano.
Creando la primer entrega de La Factoría del Ritmo.
Durante aquel verano de 1994 me dediqué a escribir los primeros artículos. También involucré en el proyecto algunos de aquellos amigos con los que intercambiaba discos e información musical. Así, cuando comenzó el curso, en el mes de octubre, ya tenía casi todos los contenidos listos. Pero no tenía ni idea de cómo ponerlos en una web.
Intenté contactar con aquella persona que me había dado la idea, que recuerdo que era de Avilés, trabajaba o estudiaba en una Universidad de Estados Unidos y me dijo que me ayudaría. Pero no volví a dar con él. No sabía muy bien qué hacer. Pero unas semanas después supe que un grupo de alumnos de mi Universidad había creado una web corporativa. Probablemente fueron pioneros en hacerlo y estaba realmente bien para la época.
Traté de contactar con ellos, lo que me llevó cierto tiempo. Finalmente, casualidades de la vida, tras dar muchas vueltas, localicé a uno de los promotores de esa web, que tenía una beca para una sala de investigación que estaba justo encima del aula donde yo recibía clases todas las tardes. Esta persona era Óscar Fernández Sierra, pionero de Internet en nuestro país, y que luego desarrollaría una brillantes carrera profesional, siendo uno de los responsables técnicos durante distintas etapas de las versiones digitales de los periódicos El País, El Mundo y del diario nativo digital Soitu.es
Óscar accedió a ayudarme de buen agrado. Me dio información y apuntes para aprender a crear páginas HTML y me facilitó el alojamiento para la web.
Hasta febrero de 1995, en que estuvo todo listo para el lanzamiento. Revisé los artículos, incorporé alguno más y, muy importante, busqué un nombre, hasta que finalmente me decidí por La Factoría del Ritmo, tras haber soñado una noche con él.
Así, el 3 de febrero de 1995 por fin nacía La Factoría del Ritmo. La primera “revista on line” sobre música en España, también la primera en ofrecer información musical en todos los países de habla hispana, y las personas que habíamos publicado en ella, nos convertimos en los primeros periodistas digitales de nuestro país. Porque en ese momento no había ningún medio escrito con presencia en Internet, salvo el diario El Comercio de Gijón, del que se publicaban unos resúmenes de prensa, gracias a la desinteresada labor de Óscar Fernández Sierra, nuestra “hada madrina” digital. De hecho, en aquel momento hacía menos de dos años que la “World Wide Web” se había presentado oficialmente al mundo, fue en 30 abril de 1993, faltaba un mes para la fundación de Yahoo, 4 años para el nacimiento de Google y más o menos ese mismo tiempo para que las primeras empresas o administraciones públicas, salvo las de Estados Unidos, comenzaran a crear sus primeras páginas corporativas.
El panorama musical en 1995.
Nuestra primera entrega, que inicialmente no tenía imágenes y que poco después pudimos incorporarlas gracias a que un profesor nos dejó utilizar un escáner (¡gracias Jose Ángel Sirgo!), retrata nuestra visión de la realidad musical del momento. Así, hablamos de los grupos de la movida de los 80, de las bandas independientes que habían surgido y que no estaban logran la atención de los medios de comunicación, de los nuevos flamencos, del death metal, del hardcore y de la llamada new age. También incluimos reportajes sobre Def Con Dos, Derribos Arias y Mecano, además de entrevistas con Psilicon Flesh y Holiday Fleet. Además de comentarios de discos y de conciertos. Parte de estos contenidos los fuimos incorporando en sucesivas actualizaciones de esa primera entrega.
Con esos primeros artículos ya trazamos nuestra línea editorial y nuestro gran objetivo. La variedad, el respeto por la diversidad y las ganas de descubrir nuevos horizontes, serían las pautas de referencia de nuestra línea editorial. Y el objetivo siempre ha sido el mismo: demostrar y mostrar que hay muchísima música que merece la pena escuchar y disfrutar, aunque no logre entrar en las listas de éxito o los medios de comunicación de masa no se fijen en ella.
20 años de cambios – La música.
En estas dos décadas han pasado muchas cosas en el mundo de la música. Y si nos fijamos en España, son muchos los acontecimientos, los estilos y los grupos que ha merecido conocer en cada momento.
Hagamos primero un recorrido por los estilos que abarcamos en aquellos primeros reportajes.
En cuanto al pop y el rock para todos los públicos, en el lado comercial se han sucedido artistas de gran éxito, como Alejandro Sanz, Malú, David Bisbal, o tantos otros, que nunca han sido del interés de nuestra publicación. Pero junto a ellos ha habido infinidad de propuestas en las que sí nos hemos fijado y algunas han logrado notable éxito.
En los 90 los grupos de rock independiente resultaron muy innovadores, pero la mayoría no lograron despegar del circuito underground. Si bien sentaron las bases para que otros que fueron llegando después sí lo lograran. Dover alcanzó lo más alto con “Devil Come to me” en 1997. Manta Ray consiguió una larga trayectoria y de su seno surgió Nacho Vegas, nuestra suerte de Bod Dylan peninsular. Años después Los Fresones Rebeldes, Sexy Sadie, Vetusta Morla o Los Planetas, sí lograron conectar ese espíritu y sonido independiente con las masas, con largas carreras, discos bien recibidos e infinidad de actuaciones en directo. También en las listas de ventas se colaron artistas pop o rock ajenos al sonido “indie”, pero que han aparecido en nuestra páginas electrónicas, porque han merecido nuestra simpatía y atención: Fito, La Cabra Mecánica, Andrés Calamaro o Fangoria (que fueron reconvirtiendo su electrónica extrema inicial hacia un pop más conectado con las anteriores experiencias de sus dos miembros).
“Nuevos flamencos”, fue una etiqueta para agrupar a diversos grupos y artistas que renovaban el concepto del flamenco, fusionándolo con otros estilos. Durante los años siguiente a aquel primer artículo, algunos lograron un gran éxito, principalmente Ketama, y otros han mantenido una trayectorias muy extensas y reconocidas. De entre todos ellos, nuestros favoritos son Raimundo Amador, Veneno y Jorge Pardo, representante este último del denominado flamenco jazz, junto a otros artistas que también nos apasionan: Chano Dominguez, Tino Di Geraldo o Javier Colina.
Con cierta conexión con estos artistas y esos estilos, otros muchos grupos fueron surgiendo y algunos de ellos alcanzando un notable éxito: Los Delinquentes, Mártires del Compás o Estopa. Aunque su presencia en nuestras páginas ha sido puntual.
Respecto al death metal y el hardcore, son dos géneros que no han salido nunca del circuito minoritario. El primero llegó estilísticamente a un aparente callejón sin salida, que su público resolvió ampliando sus gustos musicales hacia el metal extremo, como un concepto genérico en el cabía el death metal, pero también otro montón de estilos interconectados, pero con notables diferencias entre ellos. Siempre nos ha atraído ese espíritu extremo y nunca hemos dejado de prestarle atención, dentro de nuestras modestas posibilidades.
El hardcore sí evolucionó en diversas facciones. Algunas sorprendentes, como los acercamientos al pop y a la melodía, cuya pista se puede seguir en la extensa colección de discos publicados por el sello BCore, o en el emo, estilo que sí logró una gran popularidad y hasta se puso de moda estética entre parte de la juventud.
Otra corriente del hardcore se centró más en el mensaje y en la lucha social, dando grandes grupos como Sin Dios, Puagh o El Corazón del Sapo, bandas que hemos entrevistado en su momento. Tampoco hay que pasar por alto la aventura que varios miembros de Def Con Dos iniciaron dentro de este género, con el grupo Strawberry Hardcore.
Respecto a la “new age”, que era una etiqueta que servía para agrupar a estilos muy diversos, pero que podían interesar a un público adulto y con concierta sensibilidad “mística”. Lo cierto es que desapareció como tal etiqueta, aunque los músicos que se agruparon en ella han seguido con sus carreras como si tal cosa, quitándose ese “halo místico” que a veces era molesto y otras ridículo, y más “cosa de cierto público y de los medios” que de los propios artistas.
En aquel artículo inicial que publicamos sobre el tema, se citaban algunos nombres como Tomás San Miguel, Suso Saiz, Jorge Pardo, Javier Paxariño o Millaroido, a los que si hemos prestado atención en ciertos momentos, con entrevistas o reseñas, pero ya contextualizados dentro del folk, la “World music” (otra etiqueta “cajón de sastre”) o la experimentación. Todos ellos han seguido carreras que se extienden hasta la actualidad, con gran éxito, dentro de los niveles que estos estilos no mayoritarios pueden alcanzar.
Junto a estos estilos, que tratamos en esos primeros reportajes, hay otros a los que hemos prestado especial atención a lo largo de todos estos años: el heavy metal, el punk, el rock vasco y el Hip Hop.
Aunque el heavy metal gozó de su mayor momento de gloria en nuestro país en los años 80, lo cierto es que se ha mantenido activo hasta día de hoy, con grupos que siguen al pie del cañón y con un público muy fiel.
Nuestro acercamiento a este género ha sido siempre con visión global, utilizando principalmente la etiqueta “metal”, para agrupar a todas las variantes surgidas del metal y los sonidos más duros. Del heavy metal clásico nacional, los dos grandes grupos han sido Barón Rojo y Obús, que siguen en pie de guerra hoy en día y a los que hemos dedicado muchas entrevistas y reportajes.
También hemos dedicado atención a multitud de otros grupos con distinto grado de dureza y contundencia, pero que han dejado huella durante estos 20 años: Hamlet, Sepultura, Habeas Corpus, Berri Txarrak, Pi LT, Napalm Death, Fear Factory, Ñu, Narco, Gigatron, Paradise Lost y muchísimos más.
A partir de finales de los 90 comenzaron a proliferar los festivales de música en nuestro país y se evidenció que los que dedicaban a sonidos duros tenían mucho éxito. El Viñarock fue el festival de este tipo que más éxito ha tenido, pero merece la pena mencionar a otros muchos, como Lumbreiras o Leyendas del Rock. En muchos de ellos estuvimos presentes y ofrecimos amplios reportajes.
El punk es un estilo por el que siempre hemos tenido simpatía y compartido su espíritu rompedor e inconformista, aunque dejando de lado su faceta autodestructiva. En todos estos años el género se ha mantenido candente en nuestro país, al margen de los circuitos mayoritarios, con mucho de amateurismo en la mayoría de los casos, pero también con grandes bandas.
Esos grupos nos interesan y por nuestra páginas han pasado artistas como Lendakaris Muertos, Rip, Txapel, Los Tronchos, 70 Veces 7, Des+karadas, Gatillazo o Virus. Además, uno de nuestro colaboradores, Julián Sánchez, siente especial afinidad por este movimiento y ha escrito libros sobre el tema. Y otro, Ferri, tiene un grupo punk, The Castro Zombies & The Mutant Phlegm, y un sello, de Collector’s Series, con el que edita recopilatorios y discos de grupos punk.
En cuanto al rock vasco, o la música vasca en general, es algo a lo que hemos prestado mucha atención. Porque en ese territorio hay una gran vitalidad creativa y durante todos estos años se han sucedido oleadas de artistas de lo más variado y casi siempre de gran calidad.
En los 90 el rock vasco perdió el carisma que tenía el “Rock radical vasco” de lo 80, pero ganó en calidad y diversidad. Negu Gorriak fueron la vanguardia, pero tras ellos han venido multitud de propuestas que ha merecido conocer y disfrutar: Joxe Ripiau, Soziedad Alcohólika, Sagarroi, Su Ta Gar, Anestesia, Betagarri, Nuevo Catecismo Católico, Kuraia o Skunk, entre otros muchos (a parte de los que ya hemos citado al hablar de metal o punk).
Y más allá del rock, ha habido artistas vascos de jazz, folk, Hip Hop o reggae, a los que hemos prestado atención: Ruper Ordorika, Anari, Kepa Junkera, Makala, Travellin Brothers, Miren Aranburu, Jon Urrutia, Nevermind People, Mal De Ojo, MAK, Selektah Kolectiboa, Basque Dub Foundation o Fermin Muguruza y sus proyectos vinculado al reggae, entre infinidad de otros nombres.
En cuanto al Hip Hop, es un género al que hemos prestado mucho apoyo y atención, contribuyendo a la amplia difusión y aceptación que ha conseguido en nuestro país, hasta convertirse en unos de los géneros musicales preferidos de la juventud. Por nuestras páginas ha pasado lo más granado de la escena nacional y a esa escena le hemos dedicado algunos reportajes exhaustivos en momentos clave.
Entre los artistas que hemos entrevistado de este género, algunos en varios ocasiones, están: El Club de los Poetas Violentos, SFDK, El Chojín, La Puta Opepé, Ari, La Excepción, Violadores del Verso, Chinatown, Frank T, Juaninacka, Chulito Camacho, Morodo, Jefe de la M, Zeropositivo, Flowcloricos, Costa, Chirie Vegas, Meswy, Hablando en Plata, Triple XXX, Tote King y muchísimos otros.
20 años de cambios – La industria musical.
En este apartado entenderemos por “industria musical”, a todo el amplio conjunto de campos donde ha habido personas u organizaciones que se han dedicado profesionalmente a la música, como su medio de vida o su hábitat para hacer negocios. Y así, la “industria musical” ha experimentado un vuelco total en estos 20 años. Un terremoto estructural cuyos efectos continúan, estando lejos aún del momento de la estabilidad y de hacer un balance eficaz de los pro y contras de todo lo que ha sucedido y sigue sucediendo.
Cuando creamos La Factoría del Ritmo, en el 95, casi nadie sabía lo que era Internet. Y cuando nos acercábamos a los grupos, los sellos discográficos u otros medios de información musical, lo primero que teníamos que explicar es qué era Internet y cómo funcionaba nuestro medio.
Apenas tres años más tarde eso cambio, Internet empezó a llegar al gran público y ya no hacía falta explicar nada.
La apertura masiva de Internet a los ciudadanos trajo muchas cosas buenas, pero también trajo algo que nadie esperaba dentro del mundo de la “Industria musical”. Una nueva forma de difusión de contenidos culturales a la que era muy difícil poner coto, de forma que era posible intercambiar archivos con canciones de forma “virtualmente gratuita” y totalmente al margen de la industria tradicional.
Esto tenía una parte buena, porque democratizaba el acceso a la música y artistas que no lograban penetrar en la industria, conseguían disponer de un canal de distribución muy efectivo. Pero la parte negativa es que la gente podía intercambiar, o directamente descargar, archivos musicales que se correspondían con discos que estaban puestos a la venta. En definitiva, se podía acceder a infinidad de música, pero gran parte de ella, y precisamente la que la que despertaba más interés, era música que tenía propietarios legales de sus derechos de explotación, que se enfrentaron a su peor pesadilla, la llamada “piratería”, a una escala inconmensurable.
Desde la perspectiva, con cierta distancia, que hemos tenido en La Factoría del Ritmo, hemos podido observar todos estos acontecimientos y su posterior evolución. Sabemos que en ciertos momentos algunas discográficos hicieron cosas horribles, marginando a artistas que podrían haber desarrollado carreras muy interesantes, y aprovechándose de otros de manera injusta. Pero también es cierto que junto a esos pocos casos, había otras muchas que hacían un trabajo honesto, apoyando a la música en que creían y haciendo que su negocio y la carrera de sus artistas crecieran en sintonía. Eran negocios, por supuesto, pero no depravadas organizaciones del mal. La leyenda negra de unos pocos sellos, más la creencia de que todos los músicos estaban “forrados”, sirvió de justificación moral para la aceptación total del “me lo bajo todo y gratis”.
Y el caso es que esas discográficas fueron fundamentales para que el rock, y muchos otros estilos de música popular, llegaran a nuestro país en los 70 y 80. Entorno a e ellas se había montado todo un modelo de negocio, en el que muchos profesionales vivían honestamente cumplimiento con diversos papeles. Desde los propios músicos, en su faceta artística o como músicos de sesión, los técnicos de sonido, los encargado de promoción en los sellos, todo el resto de empleados de las discográficas, los trabajadores de las distribuidoras, los periodistas musicales, los propietarios de tiendas de discos, los almacenistas, los transportistas… Infinidad de personas que vivían directa o indirectamente de la música.
Pero con la llegada de Internet, y la posibilidad de conseguir gratis la música (se ofreciera gratuitamente de forma legítima o no), todo ese modelo de negocio se fue al garete.
Multitud de sellos han cerrado, el número de distribuidoras también se ha reducido, infinidad de puestos de trabajo derivados se han perdido. Y el típico dicho “ahora el refugio de los músicos será el directo”, no es un bálsamo nada más que para un reducido número de artistas con suerte que gozan de la atención del público. Porque había muchos músicos y técnicos que vivían honrradamente de las producciones discográficas, algo que ahora ya no es posible. Y la mayoría del público, la masa de personas que aporta dinero suficiente para mantener un nivel de vida aceptable, está concentrado en una pocas grandes estrellas, quedando la inmensa mayoría de artistas y grupos abocados al amateurismo.
Y sí, es cierto, ahora hay más música al alcance que nunca. Y cualquier con ideas puede hacer canciones, grabarlas decentemente gracias a la tecnología y ponerlas a disposición, potencialmente, de toda la humanidad. Pero queda más lejos que nunca la posibilidad de convertir esa pasión es un medio de vida.
Junto a los sellos discográficos y distribuidoras que han cerrado, también lo han hecho multitud de medios de comunicación, y los que resisten lo hacen con grandes dificultades. Los sellos apenas pueden invertir en publicidad y las páginas webs de información musical también son una competencia para ellos, con la ventaja de la inmediatez y el ofrecer gratis los contenidos, aunque la calidad en muchas ocasiones sea cuestionable.
Además a todo esto hay que sumar la crisis económica general que sufrimos desde hace ya unos cuantos años, y que sirvió para agravar aún más a la propia de la “industria musical”. Así por ejemplo, si en cierto momento el “refugio” para algunos habían sido las giras y los grandes festivales, todo esto entró en decadencia, por que el público estaba menos dispuesto a gastar en ocio y la viabilidad de económica de los “festis” empezó decaer.
Por otra parte, en todos estos años la “industria musical” ha tratado de encontrar fórmulas para enfrentarse a la llamada “piratería”. Primero se trato de evitar la posibilidad de hacer copias, con protecciones que no resultaron efectivas, luego se presionó a los poderes públicos para que endurecieran las leyes, y en eso se está, pero aunque cumplieran su objetivo, que esta por ver, la situación ya nunca será la de antes. También se han intentado poner en marcha nuevos servicios, como la venta de música digital o los servicios de streaming, tipo Spotify. Todos ellos intentos con un limitado acierto, que generan unos ingresos muy por debajo de lo permitiría volver a tener una industria fuerte, que generase nuevos empleos y garantizase la permanencia de los actuales.
Hoy en día muchas discográficas se han convertido en agencias de promoción y apoyo a los artistas, que financian sus propios discos, y encuentran en ellas socios útiles para la fabricación o distribución. Y los discos editados profesionalmente, por su parte, se han convertido sobre todo en apoyos publicitarios y “certificados de calidad”, para que los medios de comunicación, los promotores de conciertos y el público se fije en ciertos artistas sobre el resto.
La solución a todo esto probablemente se tenía que haber puesto en marcha mucho antes de que los hechos acontecieran y la clave estaba en la educación. El nivel cultural en materia musical de nuestro país es bajo, la mayoría del público se centra en los productos que salen por la tele o que se apoyan de manera fuerte por la publicidad. Cuando la gente estaba dispuesta a pagar por los discos, se les vendían artistas de escasa calidad, de usar y tirar. Y ahora casi toda esa gente mastica gratis música del mismo nivel.
Si en nuestro país, la memoria colectiva de décadas atrás de la mayoría de la población se correspondiera con Bod Dylan, Sonic Youth, Los Pixies, Herbie Hancock o De La Soul, probablemente dieran más valor a la música, y a lo que hay detrás, que con la memoria colectiva que se tiene ahora: los triunfitos, la pachanga de discoteca y los éxitos pop del momento de usar y tirar.
20 años de cambios – La Factoría del Ritmo.
La Factoría del Ritmo nació de la ilusión de unos jóvenes, que trasladamos el espíritu de los fanzines a un nuevo medio, que nos iba a permitir llevar información sobre la música que nos gustaba a mucha gente en cualquier lugar del mundo.
En aquellos momentos pensábamos que Internet llegaría a todas partes y a toda la gente, tal y como ha sucedido, pero no tan rápido. Nos sorprendió, pero surfeamos por encima de los acontecimientos mientras nuestras vidas avanzaban.
Al poco tiempo terminamos nuestros estudios, todos hemos seguido amando la música, aunque algunos dejaron La Factoría del Ritmo y otro se fueron sumando a lo largo de estos años, entrando y saliendo en distintas etapas.
Entre los que su sumaron a esta aventura ya en marcha destaca Félix Vera, que se unió a los pocos meses de arrancar, y desde aquel momento me ha ayudado a dirigir la revista.
Inevitablemente nos hemos ido haciendo mayores, hemos desarrollando carreras profesionales en otros ámbitos, pero siempre sin perder el vínculo con la música: algunos colaborando en otros medios, aprendiendo a tocar instrumentos, montando grupos o excepcionalmente haciendo del mundo audiovisual un modo de vida.
Nunca dimos el paso de convertir a La Factoría del Ritmo en un medio profesional, algo que fue posible en los momentos previos al año 2000 cuando muchas webs se convirtieron en suculentos negocios, pero mitad por falta de decisión y mitad por idealismo, conservamos el espíritu amateur de inicio.
Aunque eso sí, hubo momentos, a mediados de la década del 2.000, que logramos niveles de visitas más que interesantes (con rachas prologadas por encima de los 12.000 visitantes diarios), y poco a poco fuimos mejorando nuestra calidad, hasta lograr ofrecer contenidos con un nivel equiparables a los de los medios profesionales, contar con decenas de colaboradores y envolver los contenidos en una estética atractiva y fácil de navegar.
Hoy en día los que impulsamos La Factoría del Ritmo superamos los 40 , sólo tenemos un pequeño grupo de colaboradores habituales, y hemos relajado mucho el ritmo de publicación de contenidos. Pero nos sigue apasionando la música y por el camino hemos fundado grupos, escrito en revistas profesionales, hecho radio, impulsado sellos discográficos, escuchado a miles de grupos que de otra manera no habríamos descubierto y aprendido habilidades, para la comunicación o la coordinación de proyectos, que de otra manera nunca habíamos logrado tener.
Personalmente, me gustaría expresar mi agradecimiento a todas las personas que algún momento han sido lectores de La Factoría del Ritmo (que probablemente sean muchos cientos de miles), a todos los grupos, artistas, trabajadores de sellos discográficos y agencias promotoras de conciertos que en algún momento nos han echado una mano o se han prestado a ser entrevistados, a todos los que en algún momento han colaborado con La Factoría del Ritmo (¡vosotros hicisteis de esto algo grande!) y especialmente a Félix Vera, por ser mi apoyo en la sobra desde hace tanto tiempo. También me gustaría recordar a Xurxo Lago, un magnífico fotógrafo que formó parte de nuestro equipo durante una etapa especialmente fructífera de la revista, pero que tristemente el destino nos lo arrebató en el año 2007. Todos nos perdimos su gran talento y estoy seguro de que hoy en día sería un fotógrafo ampliamente reconocido.
En cualquier caso, en La Factoría del Ritmo seguiremos adelante mientra sigamos disfrutando con esto y pensemos que seguimos aportando algo positivo a la gran comunidad de aficionados a la música. El ritmo continúa y nosotros seguiremos bailando a su compás.
Este artículo fue publicado originalmente en La Factoría del Ritmo Número 25 (sección: Reportajes).
Be the first to comment