Los descubrí en Benicássim 98.
Mogwai son el tipo de grupo que hace que se le caiga la babilla a la llamada prensa inteligente, y como yo también soy un listillo disfruto con ellos que no veas. Lo que pasa es que, como en La Factoría aún no somos lo suficientemente listos como para hacer prensa inteligente (¿o era autocomplaciente?, dios nos libre), nos tenemos que conformar con hacer comentarios sencillos y lo más amenos posibles, lejos de las ínfulas intelectualoides que parecen acompañar a todas las bandas que optan por nuevas vías expresivas o cuyas propuestas se alejan de lo habitual. Mogwai son una de esas bandas atípicas, que tocan lo que les apetece y que encima emocionan y conmueven con una música que es muy, pero que muy suya.
Parece que ahora usan algo más la voz, bien sea sampleando, recitando o cantando (de esto poquito), pero en la mayoría de ocasiones optan por comunicar a través de los instrumentos. En general hacen gala de una delicadeza y sensibilidad apabullante, pero también son capaces de la más violenta de las tormentas eléctricas. Entre los dos extremos hay bucles infinitos, tenues horizontes entre la dulzura y el dolor, partes instrumentales eternas que se mueven como enormes trenes de mercancías: despacio al principio, abrumadas por el peso de la carga; adquiriendo fuerza progresivamente, cada vez más, y más, y más… hasta que parece que ya nunca van a poder detenerse. Y así como empiezan también terminan: gradualmente, poco a poco, hasta que apenas queda algo más que un susurro.
Decir que la tríada final (“Ex-Cowboy”, “Chocky” y “Christmas Steps”) completa casi la mitad de los sesenta y ocho minutos que dura del disco puede ahuyentar a más de uno, claro que Mogwai no son el tipo de grupo que le gusta a todo el mundo. Arriésgate y ganarás.
Comentario por: Jorge X.
Este artículo fue publicado originalmente en La Factoría del Ritmo Número 9 (sección: Discos, Internacional).
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