A principios de los 70, un nuevo músico edito un disco llamado “Aquashow”. Era el año 1973 y su propuesta aunaba la personalidad de la canción de autor con la estirpe del rock. La prensa especializada acogió ese disco con entusiasmo y de inmediato hicieron halagadoras comparaciones con otros artistas. Pero ese músico, cantante y compositor, Elliot Murphy, demostró desde el principio que el era él mismo y no se parecía a nadie, ni lo pretendía.
Desde entonces ha desarrollado una larga carrera musical, en la que ha conseguido un admirable número de seguidores entre los que se encuentran grupos y artistas archi-famosos que reconocen públicamente su admiración por él: Lou Reed, Tom Petty, Peter Buck (R.E.M.), Elvis Costello o Bruce Springsteen (quien colabora en algunos de sus discos).
Sin embargo nunca ha dado el salto al gran público, pues ha cuidado con celo su independencia y ha preferido sacrificar un nivel mayor de fama para conservar su música libre de corrupción.
Desde principios de los años 90 tiene fijada su residencia en París, donde ya había habitado con anterioridad, y allí vive junto a su esposa y su hijo. Ha continuado editando discos durante todo este tiempo en su propio sello discográfico (Xana Records), además de escribir una colección de relatos cortos y una novela. Junto en ahora acaba de publicarse su nuevo álbum: “Murphy Gets Muddy”.
El pasado día veintiuno de octubre se celebró en Santander, en la sala Rockambole, un concierto de Elliot Murphy organizado por Iraultza Producciones. Venía acompañado de Olivier Durand, un músico francés de prestigio que se ha convertido en asiduo colaborador del americano.
Los dos abordaron el concierto con sus guitarras acústicas y el apoyo puntual de una armónica tocada por Elliot Murphy.
La compenetración entre ambos músicos fue total y los duelos de guitarras que practicaban en ocasiones levantaron el entusiasmo del público presente, que llenaba a rebosar el local.
Elliot Murphy demostró una capacidad interpretativa sobresaliente, pues su voz, la modulación, la entonación y los gestos con los que adornaba los textos eran absolutamente expresivos… más allá de la barrera del idioma y del posible hecho de no conocer sus canciones, era capaz de sintonizar con los oyentes y engancharles al instante.
Combinó temas llenos de energía y otros más relajados, pertenecientes a distintas épocas, incluso alguna versión ajena, y logró que las casi dos horas que duró el concierto fueran realmente emocionantes… el público entregado, atento y muy satisfecho tras un largo bis que remató su actuación. Además hubo algunos momentos en que cedió el protagonismo a Olivier Durand, quien interpretó algún tema propio con el apoyo de Murphy.
Sumada a la calidad musical que demostraron ambos músicos también se puede destacar la sinceridad, gran entrega y humildad con la que enfocaron la actuación.
Un buen concierto y un gran acierto de los organizadores.
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