Un músico legendario que firma un libro que solo se salva por ser quien es y por la sensacional labor de los diseñadores y maquetadores.
Bob Dylan es uno de los músicos más populares e influyentes del siglo XX. Goza de un general reconocimiento, de un amplio sector de acérrimos fans que prácticamente le idolatran y también de un reducto de “odiadores” que le reprochan la sencillez de su música, sus largos periodos sin discos brillantes y su cicatería y mal carácter en directo.
Además, es el ganador del Premio Nobel más polémico de las últimas décadas: obtuvo el premio a mejor escritor en 2016, aunque no por haber escrito libros, sino canciones. La academia sueca justificó el premio en “haber creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición de la canción americana”. La elección causó sorpresa. Y la actitud del artista fue esquiva, aunque finalmente recogió el premio, que incluye una suculenta dotación económica (cobró 819.000 $), en una reunión privada tres meses después de la ceremonia pública.
El pasado año se publicó un libro a su nombre, de atractivo título y espectacular presentación: “Filosofía de la canción moderna”.
Tratándose de quien se trata y con ese título, el libro prometía muchísimo. Uno podía imaginarse un profundo ensayo sobre el talento creativo canalizado en la composición de esas piezas breves de música popular que son las canciones. Incluso, iluso de mí, se podía albergar la esperanza de que diese algunas pautas, o al menos pistas, sobre cómo dar vida una canción que merezca ser escuchada. Pero nada: pura cicatería.
El libro realmente es una recopilación de escritos deslavazados, que tienen toda la apariencia de haberse escrito durante años y años, en impulsos, sin que Bob Dylan pensara que fuera a conformar un libro o ni tan siquiera fueran a ser publicados de alguna manera. Si no fuera así. Y realmente se trata de un libro pretendido por Dylan, a iniciativa propia o por encargo, se merece un buen tirón de orejas. ¡En la editorial tuvieron que alucinar!
Cada texto trata sobre una canción. Siendo de longitud muy dispar, sin un mínimo de coherencia en su estructura y con una orientación en la disertación muy diferente de unas a otras canciones tratadas.
El interés del libro, si nos centramos en lo que corresponde a Bob Dylan, está en la selección de canciones, que abarca varias décadas y es muy diversa en cuanto a estilos y tipo de artista. Personalmente me ha permitido descubrir al polifacético John Truddell, un músico, poeta y actor norteamericano, también activista por los derechos de los indios nativos de Norte América, pues él mismo es sioux. También he pasado buenos momentos con algunas de las curiosidades insertadas en los textos. Y me ha hecho ilusión encontrar textos dedicados a The Clash y The Who. Aunque me hubiera gustado encontrarme con alguna canción del Hip Hop, el Heavy Metal o de artistas tipo Otis Redding, James Brown o Aretha Franklin.
Eso sí, lo que realmente merece un aplauso es la presentación y maquetación del libro: preciosa. Está primorosamente maquetado y contiene una magnífica selección de fotografías, que tienen cierta relación con cada canción y el texto de Dylan, aunque elegidas con mucha libertad. En los créditos figura como diseñador Coco Shinomiya. Pues hay que darle la enhorabuena, porque con su trabajo ha engrandecido los textos de Dylan, hasta convertir el libro en algo agradable, que apetezca leer, también tener y que sea un gran regalo para cualquier aficionado a la música.
Si estos textos hubieran sido escritos por cualquier otro y no tuvieran esta exquisita presentación, el libro no tendría el mínimo interés. Y dudo que yo mismo me lo hubiera terminado, a pesar de que me gusta finalizar todos los libros que comienzo. Pero el caso es que Dylan es quien es y al menos se pueden traslucir rasgos de su personalidad, encontrar algunos momentos interesantes y las canciones elegidas merece la pena escucharlas. Y gracias a todas esas fotos y la cuidada maquetación, resulta entretenido transitar por sus páginas.
Más información:
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Este artículo fue publicado originalmente en La Factoría del Ritmo Número 26 (sección: ).