Las dos caras de Mogwai se dejaron ver en la sala Aqualung de Madrid: Por un lado, la intensidad emocional de quienes han sido puente entre la escena indie y el post rock, pero por otro el desánimo de quienes se han convertido en un icono, en una banda de postal, con todas las consecuencias que ello conlleva.
Intensidad y desánimo, ambas posiciones acentuadas además por un sonido que no les corresponde en cuanto a volúmenes, ya que por una vez no fue necesario ponerse los tapones. La distorsiones, supuestamente fulminantes, flaqueaban y se deshinchaban como un globo. La sala no estuvo a la altura y hacía aguas frente al torrente de Mogwai, cuyos miembros estuvieron mosqueados con el sonido desde el principio del concierto.
Comenzaron con “Kids Will Be Skeletons”, versión de poco más de dos minutos que parece estar acorde con el irónico título de su último álbum “Happy songs for happy people”. Evidentemente, esta canción es, por decirlo de algún modo, lo más “alegre” que podemos encontrar en su último trabajo.
Fue con el tema “Killing All The Flies” cuando la locomotora Mogwai comenzó a despertar y a mostrar los recursos que les han hecho famosos en el mundo entero. La famosa subida de intensidad se vio acompañada por un desconcertante juego de luces intermitentes que consiguieron poner los pelos de punta a más de uno.
El público era abofeteado por las olas de sonido con entera devoción. Y es que muy pocos saben hacer ruido como estos escoceses, que son unos auténticos arquitectos de la distorsión, aunque en esta ocasión se excedieron con chirridos inclasificables. Por eso quizás, clásicos como “2 Rights Makes 1 Wrong”, que no alcanzan registros tan saturados, se dejaron disfrutar mucho más.
Uno de los temas que más bocas abiertas dejo fue “Ratts of the Capital”. Quizás el tema insignia de su último trabajo, que en lo que se refiere a intensidad dejó bastante que desear, especialmente en la parte ruidosa, donde no se diferenciaban en absoluto las notas que tocaban, creando un embrollo que nada tiene que ver con las aplastantes melodías que suenan en el disco.
Su actitud fue de constante ambigüedad durante todo el concierto. Estaban allí, como espectros inmutables: a medio camino entre el escepticismo que les caracteriza y la más absoluta indiferencia, entre el hecho de tocar ante una sala llena de seguidores y el deber de cumplir con una cita más de la gira. Quizás estoy exagerando un poco y fuera simplemente una cuestión de exceso con la cerveza y el tinto, pero la cuestión es que interiormente no trasmitían lo que salía al exterior, y esta contradicción siempre causa confusión entre el público.
También ocurre con este tipo de grupos que se está volviendo un problema verlos ante un auditorio tan grande. No se pueden aplicar con ellos los mismos formatos de concierto que se utilizan con una banda de rock convencional. Además siempre hay algún palizas entre el público que se empeña en joderte la canción con sus aplausos. Ese fue el caso de “Helicon 1”, donde la música alcanza niveles tan bajos que a uno le puede llegar a molestar su respiración. Y sin embargo, siempre tiene que haber algún gracioso que aplaude cada nota sin darse cuenta que es molesto hasta para los propios músicos. A mi alrededor se comentaba que debían haberle cosido las manos antes de entrar… sin comentarios.
En definitiva fue un concierto de contrastes, que dejó un sabor agridulce a su paso por Madrid. De estas veces en las que uno sale básicamente satisfecho, aunque con la convicción de que podía haber sido mucho mejor.
Artículo y fotos por: Making.
(Fecha de publicación: 26/02/2004)
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