22-M: La marcha indignada
Artículo de Luis Ruiz Aja, publicado en El Diario Montañés el sábado 22 de abril de 2014.
El actual movimiento internacional de indignados, que tras brotar en Islandia y en la Primavera Árabe, se extendió a países tan diversos como España, Grecia, Estados Unidos, Italia, México, Brasil, Perú, Rusia, Israel, Chile, Portugal, etc… conformaría el último gran ciclo de movilizaciones ciudadanas pacíficas tras la ‘Contracultura’ del 68 y el movimiento alterglobalizador de finales de los 90. Las Marchas por la Dignidad del 22-M -surgidas desde toda España con destino Madrid- serían la última muestra de este movimiento indignado español, que explotó con los acontecimientos del IS de mayo del 2011 y posteriormente se ‘dieminó’, influyendo y/o dando pie a muchas iniciativas ciudadanas de nuevo o viejo cuño, como las ‘mareas ciudadanas’, la PAH, el Frente Cívico y muchas otras que han desembocado en esta última del 22-M que culmina hoy.
Si bien los movimientos sociales sufren siempre periodos de auge, estancamiento y declive, influyen do en otros posteriores, lo cierto es que en los últimos movimientos de
indignados, estos procesos parecen acelerarse notablemente: surgen y se desarrollan con gran celeridad y rápidamente son capaces de influir en otros movimientos. Tan pronto
parecen apagarse como reaparecer con ciertos elementos distintos, surgiendo un proceso constante de evolución, diversificación, influencia mutua con otras movilizaciones.
El legado del l5-M como uno de los catalizadores iniciales se evidenciaría, por tanto, en la aparición una serie de movimientos e iniciativas ciudadanas (nacionales e internacionales) que compartirían varios de sus rasgos. Entre dichas similitudes y elementos comunes, pese a las distintas realidades de cada país e iniciativa, podríamos citar varios: un radicalismo a favor de una democracia real y participativa; una
recuperación (ocupación) de la calle como principal lugar de protesta y visibilización del movimiento; una voluntad integradora y de rechazo a agruparse en base a banderas, siglas o símbolos identitarios que generen divisiones (clase, generación, orientación partidista, religión, etnia...), además de un rechazo a protagonismos, liderazgos y delegaciones.
Mención especial merece la importancia que adquieren las últimas tecnologías en la organización y comunicación de la protesta, así como el hecho de que muchos de los protagonismo sean ‘primerizos’ en cuanto a participación en movimientos sociales (a menudo las protestas indignadas surgen espontáneamente, impulsadas inicialmente por jóvenes). También es remarcable que muchos eslóganes, consignas, métodos asamblearios y de desobediencia civil se compartan entre distintos movimientos de diferentes países, mediante un seguimiento mutuo y un flujo e intercambio de información entre activismos globales.
Bajo las protestas indignadas, en definitiva, subyace una reacción frente a la grave y compleja crisis que sufre la ciudadanía, pero también una negativa a abordar la situación desde posturas como el miedo, la pasividad o la resignación, además de un retorno al interés por lo político y lo colectivo, frente al individualismo y economicismo imperantes. Al tiempo que se rechazan las formas y estilos convencionales de hacer política, se buscan nuevos canales generados desde, por y para la propia ciudadanía. Como señala Fernando Vallespín, el movimiento de indignados refleja un estado de ánimo de profundo malestar con la democracia existente, que no podemos descalificar sin más, máxime cuando sintoniza con el sentir general de una mayoría de ciudadanos. Supone la expresión de un extendido hartazgo con nuestro funcionamiento institucional y la demostración de que el sistema ha dejado de conectar con voces y sensibilidades políticas que buscan su acomodo sin encontrar un medio institucional que se lo permita.
A menudo se olvida que los movimientos sociales suelen aparecer en forma de termómetros que nos alertan de nuevas contradicciones y problemas que dan síntomas de una civilización enferma, que precisa cambios urgentes. De este modo, mientras lo nuevo no acaba de aflorar ni lo viejo de irse, cometemos el error de pretender que sea el propio movimiento el responsable de sanar al paciente, criticando sus manifiestas carencias en materia de sanación: que si falta de liderazgos, de interlocutores, de una organización bien articulada y vertebrada. Obviando que lo que el movimiento social supone es precisamente una llamada de atención frente a la situación efectiva de los liderazgos, organizaciones y representantes que conforman la ‘real politik’.
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